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El cura, el barbero, el bachiller y aun el sacristán no pueden creer que eres gobernador, y dicen que todo es embeleco, o cosas de encantamento, como son todas las de don Quijote tu amo; y dice Sansón que ha de ir a buscarte y a sacarte el gobierno de la cabeza, y a don Quijote la locura de los cascos; yo no hago sino reírme, y mirar mi sarta, y dar traza del vestido que tengo de hacer del tuyo a nuestra hija.

Pero, hombre dijo Bozmediano, que no tenía noticia de que semejantes tipos existieran en el mundo, ¿qué gente es esa?... ¿Cuál es su carácter, su vida, sus hábitos, qué hacen y por qué está ahí esa pobre muchacha? Dichoso usted que no conoce á esas diablas de Porreño. Son los pájaros más raros que hay en el mundo. Cuando tengo mal humor voy á reírme con ellas, oyéndolas disparatar.

Un motivo no puede faltarte para tus acciones odiosas; ya tienes el vicio de hacerlas. El sufrimiento interior que la expresión resentida de Raquel había suscitado en su espíritu, se anuló en seguida bajo la violencia de esta última frase. Como su hermana quisiera marcharse, la retuvo. Yo no podría sino reírme le replicó de cualquier muchacho que se parezca a Castilla.

¿?... Pues mira, le contestas que «no hay peor sordo que el que no quiere oír»... «que el que mucho abarca poco aprieta».... Ella le interrumpió con argentina carcajada. Yo también tengo muchas ganas de reirme..., mira que casarte con Narcisa..., ¡tendría que ver!... ¿De modo que gracias a esta embajada puedo, al fin, hablar contigo libremente? , ¿me querías hablar?...

Están haciendo dos trajes, y si vieras... no pude por menos de reírme; porque del terciopelo que les sobra hacen trajes para Niños Jesús y para Vírgenes. Todo lo aprovechan, y hasta una hebilla de sombrero que no puedan gastar, se la plantan a cualquier santo en la cintura. Había hecho Fortunata algunas relaciones en la vecindad más próxima.

Llegada a la puerta, mojó los dedos en la pila de agua bendita, y como si no pudiera resolverse a un adiós definitivo, volvió a arrodillarse en la nave para rezar de nuevo. Por fin, dejó aquel sombrío santuario, patria de su alma, y cuando la vi marcharse sola con aquella gran pena en su juvenil corazón, tan pequeña, tan débil, no tenía ya gana de reírme de su traje. ¡Pobre niña!

«Es preciso averiguar si realmente ha muerto Rumblar... ¿Entrará al fin Inés en la familia de su madre? ¿La perderé para siempre? ¿Debo reírme de mi necia y ridícula aspiración? ¿Un hombre como yo puede subir a tanta altura? ¿La misteriosa obscuridad de los tiempos venideros ocultará alguna cosa que destruya este nivel espantoso? ¿Puedo esperar o resignarme desde ahora, bendiciendo la mano de la Providencia que me arroja en el polvo de donde nunca debí intentar salir

Yo quiero que me lo impidan. ¿Para qué? Para arrancarla de las garras que la sujetan; para romper las barreras que la religión y la nacionalidad ponen entre ella y yo; para reírme en las barbas de doce obispos y de cien nobles finchados, y derribar a puntapiés ocho conventos, y hacer burla de la gloriosa historia de diez y siete siglos, y restablecer el estado primitivo.

No pude menos de reírme de la evidente sinceridad del cura, el cual dio un salto al oír la carcajada burlona que dejé escapar. ¿Ahora se ríe?... exclamó abriendo los ojos con intensa sorpresa. Qué hermosa es la juventud... Se llora y se ríe sin saber por qué...

El cariño de Chemed tiene algo de maternal. ¡Es tan buena conmigo! ¡Es tan alegre y chistosa! ¡Qué tonterías tan saladas se le ocurren! ¿Cómo no he de reírme al oírlas? ¿He de estar siempre llorando? No: no es menester llorar: no es menester negarse a todo consuelo, como una bestia feroz, para demostrar que es uno fiel y consecuente.