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A Dechard le cayó la mesa encima, pero al incorporarme yo, la echó a un lado y volvió a hacerme fuego. Levanté mi revólver y disparé casi sin apuntar. una blasfemia y apreté a correr como un gamo, sin dejar de reírme. Alguien corría también detrás de , y tendiendo el brazo en su dirección solté otro balazo al azar. Los pasos cesaron.

Santa Cruz puso mala cara. «¡Pero qué tontín! Si lo quiero saber para reírme, nada más que para reírme. ¿Qué creías , que me iba a enfadar?... ¡Ay, qué bobito!... No, es que me hacen gracia tus calaveradas. Tienen un chic. Anoche pensé en ellas, y aun soñé un poquitito con la del huevo crudo y la tía y el mamarracho del tío.

Pero lo que él tenía en la mano era un cartoncito mugriento y acribillado, que me tendió con satisfacción. Yo también llevo billete, señorito. Lo miré y no pude menos de reírme. ¡Pero si es antiguo! le dije .Ya hace años que sirvió... ¿Y con esto te crees autorizado para asaltar el tren y asustar a los viajeros?

¿La gente impresionable puede entonces comunicar una impresión conforme a la realidad? Esta vez, no pude menos de reirme. Vezzera me miró de reojo y se calló por largo rato. ¡Parece me dijo de pronto que no hicieras sino concederme por suma gracia su belleza! ¿Pero estás loco? le respondí. Vezzera se encogió de hombros como si yo hubiera esquivado su respuesta.

Tengo cariño y agradecimiento por el doctor Muret, que me cuidó con tanto celo y bondad cuando estuve mala. Mi padre lo estima mucho, y puede una acostumbrarse a su fealdad que es interesante. Sin embargo, su aire de solemne importancia me da siempre gana de reírme en sus barbas, y esta es una mala disposición para casarse.

Estaba riéndose para , como ante una visión cómica y tierna al propio tiempo. Comenzó a hablar: No puedo pensar en mi padre sin reírme. Sin reírme amorosamente, entiéndame usted. Mi madre murió cuando yo cumplía apenas los tres años. No la recuerdo.

Después de tan pomposos anuncios, la obstinada prudencia del intrépido Mervyn, tenía en realidad algo de ridículo; á mi parecer, tenía yo más que nadie el derecho de reirme y no tuve escrúpulo en hacerlo. Además, la hilaridad fué general muy luego, y la señorita Margarita acabó por tomar parte en ella, aunque muy débilmente. Después de todo dijo, he perdido otro pañuelo.

Veremos con lo que sale. ¡Qué célebre! Tomaremos café juntos dijo Santa Cruz . Vente pronto para acá. ¡Qué coloradita estás! Es de tanto reírme. Cuando digo que me estás haciendo tilín... Al momento vuelvo... Voy a ver lo que salta por allá. Aparisi está indignado con Castelar, y dice que lo que le pasa a Salmerón es porque no ha seguido sus consejos... ¡Los consejos de Aparisi!

Pero me autoriza un tanto para reirme de esas largas disertaciones encaminadas á demostrar que los nietos de Caín no supieron lo que era felicidad hasta que vinieron los fósforos al mundo, ó, mejor dicho, los fosforeros, ó como si dijéramos, los hombres de ogaño.

Y mientras yo me dejo estar de pie, resollando como una foca, porque a los cuarenta y siete años, señores, uno no se pasea ya impunemente a cuatro patas, ella suelta una carcajada breve, dura, forzada. ¡Ríase usted de ! le digo. ¡Si supiera usted cuán pocas ganas tengo de reírme! me dice, haciendo una mueca de dolor. Y se restablece el silencio.