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Actualizado: 14 de julio de 2025
Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra. A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina. El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco.
Tenía un aspecto tan radiante, su dulce fisonomía respiraba tal contento, que todavía me río al recordarlo, y su júbilo es para mi uno de los mejores recuerdos de aquel tiempo. No caminaba: volaba, y llegamos en un soplo a la iglesia. Acabábase de colocar el púlpito, y el cura, en éxtasis ante él, me dijo en baja voz: ¡Mira Reinita, mira! ¿No es una feliz ocurrencia? Al fin poseemos un púlpito.
Pero á última hora la pequeña Sara intervino en la representación, y declamó su papel con tan sincera emoción y tan acabado arte, que «monseñor», maravillado, hubo de felicitarla. La futura actriz, fuera de sí, loca de alegría, vibrando de orgullo, rompió á llorar. Transcurrieron muchos meses, y aquella emoción purísima perduraba en la niña, y bañaba en luz radiante su almita ambiciosa.
Y en la calle, empedrada de punzantes guijarros, entre el ángulo de la pared y el piso, al pie de los zócalos rosas o azules, corre una cinta de espesa y alegre hierba verde. El cielo está radiante, limpio, de un azul pálido. Llegan lejanos sonoros repiqueteos de fragua. El sol refulge en las fachadas. Cantan los gallos.
Alzábase en medio de una atmósfera radiante y espléndida, dibujando sobre ella sus graciosos contornos y esparciendo por el ambiente balsámico influjo.
Así se presentaron en Peleches al rayar las doce y media, el boticario don Adrián Pérez y su hijo Leto: el primero radiante de gozo, y el segundo no tan acoquinado como era de temerse por lo que de él se sabe.
El cielo escuchó sus oraciones. D.ª Carolina se presentó al cabo de media hora radiante de dicha. Y antes de que saliese una palabra de sus labios, corrió hacia su hija y la abrazó estrechamente derramando un torrente de lágrimas. Después hizo lo mismo con Mario.
El joven la vió sacar de un pedazo de periódico, enrollados, los billetes, que puso sobre la mesa de pino que, en aquella primera habitación, llenaba, mal que mal, las funciones de escritorio: quinientos, seiscientos, mil, mil quinientos, ochocientos, dos mil, dos mil doscientos... Silencio. La tía, radiante, contemplaba el depósito; Quilito, turbado, miraba a la tía.
Los que han tenido la dicha de ver, ora realmente, ora en extática figuración, el cielo abierto y en él las cohortes de ángeles voladores cantando las alabanzas del Señor, no ponen de seguro una cara más radiante que la que puso Milagros al oír aquel venturoso anuncio. Pero...
Oculto á medias en la sombra de un roble enorme, contempló embebecido aquella aparición radiante, aquel rostro puro y bello que le recordaba los de los ángeles pintados y esculpidos en los altares de Belmonte.
Palabra del Dia
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