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Actualizado: 5 de noviembre de 2025


Con la mitá de lo que tengo te quisiera yo ver, mediquín, matasanos de los demonios, a ver qué cara ponías... ¡Pues hombre!... Intervinimos todos, Neluco inclusive, para calmarle, y se calmó pronto; pero no apuntó la menor idea de prepararse a bien morir. Sobre este punto venía muy contrariado el médico.

Y después de limpiar el sudor frío y viscoso de la cara de la enferma, ofreciole la alcazarra de agua. ¡Bebe, hija de mis entrañas! ¡Mi blanca paloma!... Y la mísera paloma, herida de muerte, después de beber, asomaba su lengua entre los labios violáceos, cual si quisiera prolongar la sensación de frescura: una lengua seca, de rojo tostado, como una lonja de carne asada.

Se encuentra a primera vista en su fisonomía, aquella sonrisa interior de la vida, aquella ternura inagotable en la mirada que revela en todo su ser una extraordinaria bondad: rayos de luz de una razón serena empapada en serenidad, flotando como una caricia eterna en su mirada un tanto profunda y otro tanto velada por los párpados, como si quisiera evitar que se escapase todo el fuego y todo el amor que se encerraba en sus hermosos ojos.

Si yo quisiera podría hacerle mucho daño y hasta arruinarla por completo. Por eso querría tenerme bajo su dependencia; pero se acabó, estoy cansado de esta existencia. ¿Qué terribles secretos hay entonces entre vos y la condesa? dijo Marta con terror fingido . Quizá la señora condesa ha cometido alguna falta y vos la sabéis...

A la ciudad, a pagar unas cuentas... a comprar cosas... Yo no más... Parecía, cuando se levantó de la cama, como si quisiera ir conmigo... después cambió de opinión, y me mandó... ¿La dio a usted alguna carta? ¿Sabe usted si escribió alguna carta, anoche o esta mañana? Anoche no: esta mañana. Esta mañana escribió una carta. ¿A quién estaba dirigida? A sor Ana.

Le invadía una inmensa ternura; sólo ambicionaba pasar horas y horas en contacto con aquel cuerpo, estrechándolo fuertemente, cual si quisiera abrirse y encerrar dentro de él a la mujer adorada, como el estuche guarda la joya.

Quise tener con Bringas la consideración de subir a notificarle personalmente que podía permanecer en la vivienda todo el tiempo que quisiera. Pero él, dándome las gracias, aseguró que no quería deber favores a la titulada Nación y que no veía las santas horas de salir de allí. Pez estaba presente, y hablamos todos de los sucesos de aquellos días y de la Junta y del Gobierno provisional que se acababa de formar. A Bringas le sacaba de quicio que Pez no estuviera tan indignado como debía esperarse de sus antecedentes. Pero este, con reposado lenguaje y juicioso sentido, se defendía enalteciendo la teoría de los hechos consumados, que son la clave de la Política y de la Historia. «¿Pues qué, vamos a derramar torrentes de sangre? decía . ¿Qué ha pasado? Lo que yo venía diciendo, lo que yo venía profetizando, lo que yo venía anunciando. Hay que doblar la cabeza ante los hechos, y esperar, esperar a ver qué dan de estos señores». Además, el gran Pez creía que la Unión liberal en la revolución era una garantía de que esta no iría por caminos peligrosos.

Pero al mismo tiempo ella se irguió igualmente; quedaron sus ojos á idéntico nivel, y como si quisiera completar la reciente caricia, se abalanzó sobre el príncipe, le tomó la cabeza entre sus manos y le besó la frente. Una oleada de perfume carnal, semejante á la otra que le había envuelto al recibir la sábana en pleno rostro, volvió á conmover su organismo.

Hizo propósito de lavar las puertas y aun de pintarlas, y de adecentar aquel basurero lo más posible, sin perjuicio de buscar casa más a la moderna, quisiera o no Segunda vivir en su compañía. El gabinetito que ella había de ocupar tenía, como la sala, una gran reja para la Plaza Mayor.

La llama de la hoguera dábale un aspecto siniestro, así, con el chambergo ladeado, los ojos fulgurantes de odio, la navaja abierta en la mano, que blandía, como si quisiera despachurrar a alguien. Quilito no le hacía caso, abstraído.

Palabra del Dia

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