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Actualizado: 1 de junio de 2025
Ramiro quiso acudir; pero Velasco le retuvo diciendo: Sigamos, que no somos frailes ni corchetes. Aquí es exclamó de pronto el escribano de raciones, al detenerse frente a una covacha del barrio de San Miguel. Después de cruzar dos patios, treparon una carcomida escalera y llegaron, por fin, sobre un terrado, ante la puertecita de un desván.
Velasco silbó tres veces muy quedo y pronunció en seguida una palabra incomprensible. La puertecita abriose, y entraron. Estaban en una cuadra angosta y profunda. Hacia la derecha, pequeño aras marmóreo, cubierto de una piel de cordero, se diseñaba con misterioso claroscuro.
Miguel miraba la habitación: un dormitorio de mujer, todavía en desorden, con ropas sobre las butacas, esparciendo un perfume de carne femenil bien cuidada. A través de una puertecita vió un extremo del inmediato gabinete, con una mancha de humedad en el pavimento de mosaico, resto del baño matinal. Flotaba en el ambiente un perfume de agua de Colonia y de licor dentífrico.
Aun en las noches más obscuras sus pupilas reconocen las corolas mejor abiertas, y parécele que todas claman hacia ella con místicas voces, anhelosas de morir sobre la pureza de los altares. Hacia un ángulo del huerto, la puertecita de encalada celda recorta en la obscuridad el dorado resplandor de un candil encendido.
Ya que hubo llamado a misa, bajó una de las lámparas, le echó aceite, sacudió con un paño las molduras de los altares. Luego se fue hacia el fondo y desapareció por una puertecita lateral que debía de ser la de la sacristía. La capilla me parecía desierta.
Solo visité con mis compañeros unas cinco, al acaso, entrando en cada callejón á la primera quo se nos ofrecía. Una puertecita angosta, de unos 160 centímetros de altura, está ajustada á la roca y se abre sobre una salita cuadrada de poco mas de 2 metros por lado.
Mas el tiempo en que permanecí indeciso fue suficiente para que el cura se marchara y, tosiendo hasta reventar, se alejase hacia el altar mayor, donde su negra silueta se abatió para alzarse de nuevo y salir por la puertecita lateral. La iglesia quedó al fin verdaderamente solitaria. Mis ojos, habituados ya a la oscuridad, podían explorar todos sus rincones.
No hay inconveniente. Se halla en el jardín en este momento... Pasen ustedes por aquí. Los condujo al través de varias estancias y corredores hasta una puertecita. Abrió un ventanillo que tenía y les invitó a mirar. Miró primero Timoteo, luego Rivera; el último fue Mario. El ingenioso D. Pantaleón se hallaba sentado en uno de los bancos de piedra del jardín rodeado de seis u ocho individuos.
Bajamos, guiados por ella, a la planta baja; atravesamos un patio, abrió un criado una puertecita verde, y entramos en un recinto semejante a una gruta. La atmósfera estaba impregnada de humedad. Escuchábase el rumor del agua, pero no la veíamos porque estaba oscuro.
Fueron tales sus gritos y repitió tanto su nombre para inspirar confianza, que al fin sonaron pasos en el interior del edificio y asomó á una puertecita el rostro arrugado y cobrizo de la madre de Cachafaz. Otras criadas y peones de la estancia, todos mestizos, fueron surgiendo de sus escondites, balbuceando respuestas ininteligibles ó persistiendo en un silencio de terror.
Palabra del Dia
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