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Actualizado: 28 de octubre de 2025
Traduciendo la famosa catilinaria de Cicerón que comienza con aquel exabrupto: Quousque tandem abutere, Catilina, patientiâ nostrâ, nadie consiguió darle gusto: todos los hallaba tímidos, encogidos, cobardes, al pronunciar los vehementes ataques del Senador romano: «Hijos, para comprender bien lo que sería este modelo de exabruptos en boca del príncipe de los oradores, es preciso figurarse la indignación y la cólera que se apoderaría de él al ver entrar por las puertas del Senado a su más encarnizado enemigo, al procaz y libertino Catilina; es preciso verle dar un salto en la silla, levantarse descompuesto, el rostro pálido, los cabellos en desorden, la mirada fulgurante.
Una joven había saltado por la ventana del convento, cayendo sobre unas piedras y matándose. Casi al mismo tiempo, otra mujer salía por la puerta y recorría las calles gritando y chillando como una loca. Los prudentes vecinos no se atrevían á pronunciar los nombres y muchas madres pellizcaron á sus hijas por dejar escapar palabras que podían comprometer.
La lluvia comenzaba a caer. Ella se estremeció. Yo volví a tornar su mano. Quería decirla que ese era el último saludo, que podía dejar su mano en la mía por última vez. No pude hablar. Ella no retiraba la mano, y yo seguía sin pronunciar una sílaba: un tumulto de ideas me confundían... ¿No notaba usted la terrible lucha que ella sentía en su interior?
Moro y Rosillo, se llamaban los caballos que montábamos, eran hermanos, y siempre habían comido en una misma tina, estando en esto explicado, el por qué al buscarse ellos, nos acercaban á nosotros. Al pronunciar Ninay el nombre de su novio, no lo hizo balbuceando ni mucho menos, aquel estaba ya admitido por sus mayores, y por lo tanto la cosa era muy natural y corriente.
Eran las infames palabras que Velázquez acababa de pronunciar en presencia de la gente: «¡Me carga! ¡Me sofoca! ¡La he recogido en medio de la calle!...» No quiso entrar en la tienda en tal estado de agitación, por si había gente dentro: cruzó el paseo y se arrimó al pretil de la muralla.
Un frío intenso circuló por todo su cuerpo; toda la sangre se le agolpó al corazón, que latía con violencia desenfrenada, y quedó inmóvil como estatua junto á la puerta. En el momento de pronunciar el nombre de Clara, había sentido dentro de la habitación una voz de hombre, una voz de mujer y pasos precipitados. Pronto veremos lo que hizo. #Las horas fatales.#
Aunque la ciudad no tuviese dinero, lo encontraba siempre para las mejoras de su Museo-Biblioteca. Los subprefectos enviados de París visitaban inmediatamente al grande hombre. Un presidente de la República, al pronunciar su discurso durante una permanencia de breves horas en la ciudad, había saludado á Simoulin como la más alta gloria de la región.
»Me quedé estupefacta al verla así, y ella permaneció un instante sin acertar a pronunciar una sílaba y mirándome con la agonía en los ojos. »De pronto díjome con voz muy desconcertada, pero con gran energía: » Ya sé por qué no ha vuelto desde entonces... » Y ¿qué es lo que sabes, hija mía? preguntela con el alma suspensa. » ¡Todo..., todo!
Consuela tanto verse rodeado, protegido, cuando la desgracia abate... Venga, Huberto, por mi padre, por mí, sobre todo. Lo espero... Y como el joven le besase respetuosamente la mano y se alejase sin pronunciar una palabra más, experimentó una gran decepción.
¿Cómo que no prueba nada? Quita á su consejo de V. toda la autoridad que de otra suerte hubiera tenido. Consejo dado tan de repente... hasta pudiera sospecharse... que no se funda en pensamiento propio del consejero. Doña Blanca, al pronunciar esta última frase, lanzó al padre una penetrante y escrutadora mirada. El padre, que no era tímido, se cortó un poco y bajó los ojos.
Palabra del Dia
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