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Actualizado: 28 de octubre de 2025
Me encolerizaba con Fenella, porque le decía cosas verdaderamente muy duras, y en el momento en que se escapa por la ventana, detuve mi lectura para exclamar. ¡Ah, tontuela, un hombre tan delicioso! Al pronunciar estas palabras levanté los ojos, y lancé un gran grito al ver al cura de pie, delante de mí. Estaba cruzado de brazos y me miraba estupefacto.
Mejoró de salud, se le animaron los ojos tristes, y de nuevo emprendió sus estudios. En esa época y no obstante estudiar sin descanso, el tiempo no le faltaba para escribir folletos, para pronunciar discursos desde la tribuna de la logia «Armonía», para hacer versos, y para hablar con sus paisanos de las enfermedades de la patria y de sus curas posibles y necesarias.
Sufriríais vuestro amor, le callaríais, porque además de vuestra honra, tenéis que guardar la mía... lo sé bien, señora; sé que mi honor está seguro en vos: pero os sacrificaríais, moriríais. Yo os libraré de ese sacrificio. El acento de don Juan era lúgubre. Cuando acabó de pronunciar estas palabras se levantó. ¡Sentáos! dijo con acento lleno y grave doña Clara. El joven se sentó.
Me alegro de saberlo dijo Marner, cuya agitación aumentaba ; pero el arrepentimiento no puede modificar lo que ha durado diez y seis años. Viniendo a decir ahora «yo soy su padre», no destruís los sentimientos de nuestros corazones. A mí es a quien ha llamado padre desde que pudo pronunciar esta palabra.
Ya os he dicho que me la ha quitado... ¿Pero quién era ese hombre que os la quitó? Sudó Montiño, se le puso la boca amarga, se estremeció todo, porque había llegado el momento de pronunciar una mentira peligrosa. El hombre que... me quitó vuestra carta, señora dijo con acento misterioso , era... era... un alguacil del Santo Oficio. ¡Un alguacil! Sí, señora.
No jure usted. ¿Sabe usted pronunciar con afectación todas las letras de una palabra; y decir unas voces por otras, actitud por aptitud, y aptitud por actitud, diferiencia por diferencia, háyamos por hayamos, dracmático por dramático, y otras semejantes? Sí, señor, sí; todo eso digo yo. Perfectamente; me parece que sirve usted para el caso. ¿Aprendió usted historia? No, señor; no sé lo que es.
Ella conservaba entre las suyas las manos de Juan, y él no se sentía con fuerzas para hacer el menor movimiento ni pronunciar una sola palabra. ¿Ahora estáis mejor? continuó Bettina. No, aun no... lo veo... triste aún... ¡Oh, qué bien he hecho en venir! He tenido una inspiración... Sin embargo, siento algo, siento mucho encontraros aquí.
Cuando se vio en la calle sintió la necesidad de desahogar su pecho. Pensó en María Josefa, que vivía allí cerca y que profesaba a la niña expósita tierno cariño. Entró en su casa agitada, trémula, y antes de pronunciar palabra dejose caer en un sofá, dándose aire con la punta de la mantilla. ¡Uf!
Como alucinado, él la miró, y en la turbación, en la emoción visible de su amada, lee la confesión que sus labios no se atreven a pronunciar. Enloquecido, la atrae hacia sí en un movimiento apasionado. ¡Será posible! ¡María Teresa, le suplico, hable! dígame que soy yo... ¿es posible? ¡yo!... ¡yo!
Al pronunciar las últimas palabras se llevó las manos a la cara y comenzó a sollozar. El P. Gil la contempló un momento con ojos severos. Lo que acaba de decir es una gran impiedad, tanto más grande y abominable, cuanto que sale de una boca que va a pronunciar muy pronto votos sagrados. Perdón, padre... Son sueños nada más.
Palabra del Dia
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