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Actualizado: 23 de junio de 2025
Poca era la edad del niño, mas tales la inteligencia y la claridad con que se expresaba el capellán, que el discípulo prometía honrar al maestro.
Sin llamar a Kate, saltó Currita de la cama antes de las nueve y fue a abrir ella misma una ventana para enterarse del estado del tiempo: el sol brillaba despejado, no se descubría una nube en el cielo y prometía la mañana una tarde deliciosa.
El oía con religioso respeto sus advertencias y amonestaciones, y de buena fe se prometía y prometía al pronto tomarlas para pauta de su conducta. Siempre que Antoñuelo se hallaba en la presencia de Juanita, se sentía avasallado por su influjo, deslumbrado por su superior inteligencia y ligado a la voluntad de ella.
Velázquez, lleno de condescendencia, le prometía no abandonarlo, hacerle un hombre. Al fin concluyó haciéndole un elogio caluroso de su hermana. En media hora no se detuvo. Todo lo ensalzaba, todo lo hallaba admirable, los cabellos de ébano y la franqueza y lealtad del carácter, su corazón tierno y sus pies diminutos.
Esta sentencia definitiva que se prometía a sus súplicas, le entreabría el cielo. Toda esa tarde se creyó un Tenorio. Con el último campanazo de las doce, dado por el reloj de San Nicolás, penetraba él sigilosamente a la casa de su amada, y se arrojaba en sus brazos. Un mundo de besos fue el saludo: era mudo, pero expresivo.
Pocos días después, salieron entrambos en una silla de posta, que debía dejarlos algunas leguas antes de llegar al pueblo, pues el amigote de don Silvestre quería hacer poco ruido para conservar el más riguroso incógnito, á fin de gozar más á sus anchas y en completa libertad todas las delicias que se prometía de la vida campestre y descuidada.
En efecto, don Camilo podía ser excelente, pero no era el ideal de los novios; tenía sus bravos cuarenta años, una figura poco airosa y vestía con una ropa provinciana de dudosa elegancia. Pero, en cambio, don Camilo era rico; tenía estancias y vacas, y prometía como yerno bajo el punto de vista de lo positivo.
Como no podían levantar las manos, pedían gracia besando el polvo ó adelantando la cabeza: quien hablaba de sus hijos, quien de su madre que se quedaba sin amparo; el uno prometía dinero, el otro invocaba á Dios, pero ya los cañones se habían bajado y una horrorosa descarga los hizo enmudecer. Entonces empezaron los tiroteos contra los que estaban en la altura, que se coronó poco á poco de humo.
Que le tirara de las barbas cuanto quisiera, pero él no le soltaba hasta que no le viera tranquilo... bueno, ¿se lo prometía? de esta manera, sí; pero, mucho cuidado, porque Agapo tiene muy malas pulgas y fuerzas suficientes para hacerse respetar, ¡ajo! Quilito, libre, se calmó.
La hija de un cuñado de Maza, era la joven que se le prometía vagamente. Al fin, con sorpresa y estupefacción de la villa, traicionó a sus amigos y protectores. De la noche a la mañana dejó la redacción del Faro y pasó a escribir en El Joven Sarriense. No fué impunemente, sin-embargo.
Palabra del Dia
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