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Actualizado: 23 de junio de 2025


La señorita de Elorza prometía secretamente en el santuario de su alma guardar la misma fidelidad al primer novio que la Providencia le deparase, e imitar su fortaleza en las adversidades.

¿Por qué de improviso, sin motivo, en la fantasmagoría de los placeres que le prometía aquella unión plausible, según las leyes del mundo, se irguió una imagen un poco olvidada en el espíritu de María Teresa? ¿Por qué el recuerdo de Juan se cruzaba en sus proyectos?

Ana se negaba a acudir a un rincón de amores que Álvaro prometía buscar; el mismo Álvaro confesaba que era difícil encontrar semejante rincón seguro en un pueblo tan atrasado como Vetusta.

Lo he trincao contestó Cafetera con acento sublime. ¡Mágica palabra! Con ella dió el neófito, sin sospecharlo, una idea de su capacidad futura. Aquella cabeza chata, crespa y enmarañada, se había engrandecido á los ojos de la patulea con la aureola del genio; el chico prometía mucho.

Su valor, a mi lado, iba a rehacer, su alma iba a tomar nuevas fuerzas. ¡Cómo me prometía sostenerla y consolarla en las horas de dolor y de abatimiento; cómo me violentaría para reír cuando la melancolía la envolviera con su velo sombrío!

Bien sabían las maestras con qué ansias aguardaba la neófita a que se las abrieran; y por saberlo tanto, se complacían en aguijonear sus impaciencias extremando el color de sus pinturas. Todo cuanto se prometía, física y moralmente, en las niñas Leticia y Sagrario, quedó sobradamente cumplido en estas dos jovenzuelas.

Ni tampoco desaparecía cuando, muy entrada la noche, me encontraba solo en mi salón desierto, iluminado únicamente por el resplandor del fuego que ardía en la chimenea y la luz melancólica de la luna, y trataba de representarme escenas imaginarias que me prometía fijar al día siguiente en páginas de brillante descripción.

La señorita Guichard envió á su huésped todo lo necesario, pero no pareció por su habitación. Al día siguiente, á las diez de la mañana, el médico dió de alta á Mauricio y éste, ya vestido y ofreciendo el aspecto de un bello mozo, solicitó en vano el favor de dar las gracias á la dueña de la casa. Dejó una carta, en la que prometía volver, subió en un coche y se dirigió á Montretout.

Una mañana, al llegar al estudio, Roussel encontró á su hijo más contento que de costumbre y cuando le preguntó la causa, éste sacó del bolsillo una carta y se la entregó. Era de Herminia, que llamaba á Roussel "querido padre," le daba las gracias por su abnegación, le prometía pagársela con su cariño, y le abrazaba, entretanto, de todo corazón.

Estaba consternado viéndola renacer de aquel modo, por tan poco, por un rayo de sol de invierno y un poco de olor resinoso de madera cortada, y comprendí que se empecinaría en vivir con una obstinación que le prometía largos días miserables. ¿Habla alguna vez de Oliverio? le pregunté a Magdalena. Jamás. ¿Piensa en él constantemente? Constantemente. ¿Y cree usted que eso durará?

Palabra del Dia

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