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Actualizado: 1 de julio de 2025
Montó atropelladamente el jinete, pateó luchando el solípedo, apartáronse con precipitación los espectadores y volaron sacudidas en círculo las herraduras, retemblando la tierra a los saltos del animal. Por último, sonaron las espuelas y partió Jovita. Federico, en las tinieblas, gritó: ¡Bien va!
Sonrió al enterarse de que Ulises quería salir inmediatamente para Nápoles. «Hace usted bien...» El tren partía dos horas más tarde. Y lo metió en un coche de alquiler, desapareciendo con precipitación. El capitán, al quedarse solo, casi creyó que había soñado lo de los días anteriores. Volvía á ver Palermo después de una ausencia de largos años.
Pasó con precipitación sobre los recuerdos de este período de su existencia. Un conocido de su padre, viejo negociante de Viena, había sido el primero. Luego sintió el aletazo romántico, al que no escapan las hembras más frías y positivas. Había creído enamorarse de un oficial holandés, un Apolo rubio que patinaba con ella en Saint-Moritz. Este había sido su único esposo.
Entró resueltamente en el pequeño jardín, y le pareció distinguir sobre unas matas el rostro azorado del jardinero asomando un momento para volver á ocultarse con precipitación... ¡Algo rara la curiosidad de este hombre y su gesto despavorido! Pero huía, y el príncipe alabó su prudencia. Fué subiendo, con palpitaciones de emoción, los cuatro escalones de la puerta.
Las palabras eran insignificantes, pero la entonación era tan íntima, tan penetrante y tan dulce, que temí ser indiscreta y me escapé de allí. Y en mi precipitación por poco dejo caer al Marqués de Oreve, que se estaba paseando con un librote debajo del brazo y aspecto de preocupación.
También me dió este papel, escrito en la misma calle con un lápiz. Usted sabrá lo que dice. Yo no he querido mirarlo. Ferragut, al tomar el papel, reconoció inmediatamente la letra de ella, pero desigual, nerviosa, trazada con precipitación. Cuatro palabras nada más: «Adiós. Voy á morir.» «¡Mentiras! ¡Siempre mentiras!», dijo en su cerebro la voz de la cordura.
El frío y la lluvia le habían vuelto al mundo real; miró en torno suyo en busca de una persona á quien preguntar, y se encontró solo; pero de repente, sin que antes hubiese sentido pisadas, sintió que se asían á su capa, y oyó una voz de mujer que le decía con precipitación: ¡Dadme vuestro brazo, y seguid adelante, seguid!
Amaneció el día siguiente, salimos, entrambos a buscar un genealogista, lo cual sólo se pudo hacer preguntando de amigo en amigo y de conocido en conocido: encontrámosle por fin y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación, declaró francamente que necesitaba tomarse algún tiempo, instósele, y por mucho favor nos dijo definitivamente que nos diéramos una vuelta por allí dentro de unos días.
El padre Ambrosio había sido atacado de una congestión cerebral, y el médico que le asistía lo participaba a Amparo. Entonces comprendí por qué Amparo había salido de casa con tal precipitación. Yo salí del mismo modo, y recorrí en algunos minutos la distancia que separaba mi casa de la del exclaustrado.
La noche en que le hizo saber que el gobierno, las Cámaras, el cuerpo diplomático y hasta los artistas de la Comedia Francesa estaban saliendo á aquellas horas en trenes especiales para Burdeos, su compañero le contestó con un gesto de indiferencia. Otras eran sus preocupaciones. Por la mañana había recibido una carta de Margarita: dos simples líneas trazadas con precipitación.
Palabra del Dia
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