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Actualizado: 20 de julio de 2025
Estaba de manifiesto que el Príncipe le había dicho que su amor era para él un consuelo, la alegría, su salvación, y ya fuese sincero, ya fingiese contando con el efecto de aquellas palabras, lo cierto era que ese efecto no podía fallar, tratándose de una alma amorosa.
Y don Marcos, pensando en el miedo que estos hombres han hecho sufrir al mundo durante treinta años, grita coléricamente: ¡Embusteros!... ¡embusteros! Otra vez sale el príncipe de su abstracción. Alguien se ha detenido ante él, y oye una voz conocida. Alteza, ¡qué alegría verle!... El coronel acaba de anunciarme su llegada.
18 Pasados, pues, los días al fin de los cuales había dicho el rey que los trajesen, el príncipe de los eunucos los trajo delante de Nabucodonosor. 21 Y continuó Daniel hasta el año primero del rey Ciro. 1 Y en el segundo año del reinado de Nabucodonosor, soñó Nabucodonosor sueños, y su espíritu se quebrantó, y su sueño huyó de él. Los cuales vinieron, y se presentaron delante del rey.
El tono con que el oficial defendía á Alicia excitó aún más su cólera. Adivinaba en él un gran orgullo, la vanidad del pobre muchacho que sólo ha conocido las aventuras de amor á través de los libros, y de pronto se ve en relaciones supuestas con una duquesa y rival de un príncipe. ¡Qué gloria para un advenedizo! Joven... dijo la voz dura de Lubimoff.
De su devoción y celo en el servicio del príncipe dan testimonio los escritos privados y los documentos oficiales en que dicho príncipe habla de él.
Usted, que es tan caballero, también sería capaz de hacer por mí... Y el buen profesor hablaba como si se sintiera ligado con el príncipe por una camaradería profesional, por una condición idéntica. Los dos estaban enamorados. Lubimoff, ansioso por conocer el encargo, hizo gestos de aprobación. Sí: no se equivocaba; era capaz de hacer en su favor cuanto le pidiese.
Después de su campaña diplomática en Portugal, D. Cristóbal, colmado de honores y mercedes, llega a la cumbre del crédito y del valimiento cerca de su soberano. Para sostenerse en tan envidiada posición, no le valieron sólo su discreción y rara aptitud en los negocios, sino también su celo, su decidida lealtad y su profunda y sincera devoción al príncipe a quien servía.
En torno del atril del director estaban los músicos de más renombre, los que se engalanaban con el título de «solistas de S. A. S. el Príncipe de Mónaco». Algunos de ellos habían navegado en el Gaviota II formando parte de su orquesta.
El príncipe conocía el significado de estas ráfagas de curiosidad: un jugador ganaba ó perdía de un modo extraordinario. Cierto nombre llegando vagamente á sus oídos hizo que su atención se concentrase. La duquesa de Delille... Doscientos mil francos... Todos los que tenían permiso para jugar en los salones privados se precipitaban hacia la gran puerta de cristales que da acceso á ellos.
Cierto que el hombre es un ser débil, insuficiente, que apenas puede soportar ocho comidas diarias; pero la indigestión no proviene de comer mucho, sino de comer mal... Déme usted un cocinero de primera fuerza, de raza, d'élans, y yo le garantizo salud eterna... ¡Oh, bien lo entendía el príncipe Orloff con su ojo tuerto y su brazo manco!... Yo le he visto en París elegir cocinero en público concurso; acudieron diez a su palacio de la embajada rusa: yo fui del jurado, y probamos, antes de fallar, ciento cuarenta platos . ¡Ah!, no, no, Martínez; no es el comer mucho, lo que trae la indigestión... Mi santa madre lo decía: Tripa llena, alaba a Dios.
Palabra del Dia
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