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Actualizado: 24 de junio de 2025


Los picadores Potaje y Tragabuches, mozos rudos y de acometividad, aficionados a riñas y «broncas», y que sentían una confusa aversión hacia los hábitos, le azuzaban en voz baja. ¡Ahí lo tiés!... Entrale por derecho... Cuérgale der morrillo una soflama de las tuyas.

El espada, sintiéndose locuaz, hablaba de graciosos incidentes de la vida toreril, acabando por contar las originales propagandas del Nacional y las hazañas de su picador Potaje, un bárbaro que se tragaba enteros los huevos duros, tenía media oreja de menos, por habérsela arrancado un compadre de un mordisco, y al ser conducido contuso a las enfermerías de las plazas caía en la cama con tal peso de hierros y músculos, que atravesaba los colchones con sus enormes espuelas y luego había que desclavarlo como si fuese un Cristo.

Habría potaje de garbanzos con espinacas; como principal plato de resistencia, bacalao en sobrehúsa; y como plato ligero o de chanza delicada, una exquisita alboronía, que pudiese celebrar, si resucitase, el mismo famoso cocinero de Bagdad, que la inventó, dándole el nombre de la bella Alborán, sultana favorita del califa Harun Al Raschid, héroe de Las mil y una noches, princesa a quien dicho cocinero tuvo la honra de dedicarla.

Siguieron los gitanos devorando su potaje, y Salvatierra sacó de un bolsillo el pobre envoltorio de su cena, después de rehusar dulcemente los ofrecimientos que le hacían de todos lados.

Una manotada de Potaje le interrumpió. Compare, ya había yo camelao denque te vi que eres rata de iglesia o argo paresío. El Nacional callaba, sin atreverse a estas confianzas, pero sonreía levemente. ¡Un sacristán convertido en bandido! ¡Qué cosas diría don Joselito cuando él le contase eso!... Me casé con la mía, y tuvimos el primer chiquiyo.

Luego de esto se fue a la cuadra, seguido de Potaje, y un cuarto de hora después sacó al patio del cortijo la fuerte jaca, inseparable compañera de sus andanzas. El huesudo animal parecía más grande y lucido tras las breves horas de abundancia en los pesebres de La Rinconada. Plumitas le acarició los flancos, interrumpiéndose en el arreglo de la manta sobre el arzón. Podía estar contenta.

Pensaba ir solo, pero la compañía de doña Sol le obligó a buscar un refuerzo, temiendo un mal encuentro en el camino. Buscó a Potaje, el picador. Era muy bruto y no temía en el mundo mas que a la gitana de su mujer, que cuando se cansaba de recibir palizas intentaba morderle. A éste no había que darle explicaciones, sino vino en abundancia.

El personal de la enfermería, luego de despachar al picador magullado, había corrido a su palco en la plaza. El banderillero desesperábase, creyendo que los segundos eran horas, gritando a Garabato y a Potaje, que habían acudido tras él, sin saber ciertamente lo que les decía.

Se despidió dando un rudo manotón al picador, y el centauro le contestó con un puñetazo en un muslo que hizo temblar la recia musculatura del bandido. ¡Qué Plumitas tan simpático!... Potaje, en la ternura de su embriaguez, quería irse al monte con él. ¡Adió! ¡adió! Y picando espuelas a la jaca, salió a trote largo del cortijo. Gallardo mostrábase satisfecho al ver que se alejaba.

La sopera, llena hasta los bordes, era poco menor que un barreño; las fuentes del potaje podían servir de barcas en caudaloso río; el primer principio se componía de más de media arroba de carne guisada; y cuando llegó el gallo en pepitoria, héroe del banquete, acompañábanle, para hacerle honor, cuatro capones.

Palabra del Dia

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