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Actualizado: 8 de julio de 2025
¡Cómo! ¿pues no decía Cristóbal que los polvos con que estaba aderezada la perdiz eran un hechizo? ¡Bah! Cristóbal y vuestra mujer creen eso, pero yo no lo creí nunca. ¡Ah, Judas traidor! ¿conque tú sabías que era veneno? Como vos sabéis que os llamáis Francisco; me lo había dicho don Juan de Guzmán, y... me había ofrecido tanto dinero... ¡Oh! ¡infame!
Hacíase esto por la salud del reino, y porque Dios le libertase de la terrible peste que á la sazon se padecia en Italia, y que el ignorante vulgo creía originada de los llamados polvos de Milán con que personas malignas inficionáran las aguas.
No pudo recoger más que retazos de conversación, que resultaban incoherentes. Se le rozan mucho los muslos. ¡Si vieras cómo va engordando! Ni con polvos de almidón ni con los de rosa se consigue suavizar la irritación de la piel decía la dama. Hablan de la niña pensó Fernanda. No la he visto nunca en el baño. ¡Cuánto daría por asistir a él un día! Es porque no quieres.
Lo demás había parado en manos de Serafina, ya en forma de regalos, ya en dinero, pues cierta clase de gastos indispensables no había tenido valor para hacerlos por sí mismo, temiendo que el secreto de sus amores pudiera ser conocido y divulgado por los comerciantes. ¿Con qué cara iba él a pedir en una tienda de su pueblo polvos de arroz de los más finos, ligas de seda, medias bordadas y pantalones de mujer con el jaretón por aquí o por allá?
Y sacó un papel ajado y le desenvolvió. ¡Cuidado! ¡cuidado con lo que hacéis! no vaya á caer el tósigo en algún otro plato dijo el bufón dando la confitura al cocinero y apartándole del bufete donde los otros platos estaban servidos . Hacedlo aquí. Ni veo, ni sé lo que me hago dijo el cocinero mirando con terror los polvos rojizos que contenía el papel. Pues ved de ver dijo el bufón.
El catalán le respondía con malos modos, cuando le respondía, que no era siempre. Yo satisfice de buen grado su curiosidad. Quedó encantado al saber que iba a Marmolejo. También él se dirigía a este punto, a curarse una afección de la orina. Pero, hombre exclamó el catalán groseramente, ¿no dice usted que tiene usted unos polvos que lo curan todo?
Pues bien repuso Quintana si todos esos males han venido con las pelucas y los polvos, ¿usted cree que los va a echar de aquí vistiéndose de amarillo? Los males se quedarán en casa, y el señor marqués hará reír a las gentes. Sr. D. Manolo, si todos fueran como usted que se empeña en combatir a los franceses, imitándolos en usos y costumbres, lucidos estábamos.
Freya le conocía todo un botiquín portátil lleno de anestésicos y venenos. Además, lleva encima un saquito repleto de ciertos polvos de su invención: tabaco, pimienta... ¡demonios! El que los recibe en los ojos queda ciego. Es como si le echasen llamas. Ella era menos complicada en sus medios de defensa.
¿Y cómo pongo yo esto en la pera? dijo Montiño, cuya voz aterrada por el miedo, apenas se oía. Introducid el veneno con la punta de un cuchillo. Montiño se dominó, tomó la pera, y con un cuchillo la hizo una hendedura. Luego, con una agonía infinita, llorando, rezando, estremeciéndose todo, tomó de aquellos polvos con la punta del cuchillo, é introdujo otra vez la punta en la hendedura.
Doña Rebeca hízose toda un puro caramelo, y Narcisa, que tardó en presentarse un buen rato, llegó emperejilada y grave. Era delgadísima y componía mañosamente el desgarbo de sus formas mediante postizos fementidos. Vestía con lujo, y llevaba en la cara vulgar una expresión dura, y muchos polvos de color de rosa.
Palabra del Dia
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