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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Subió al piso principal, atravesó todas las habitaciones y abrió la puerta del gabinete, el cual estaba amueblado como en otro tiempo; exactamente igual que hacía seis años. Hasta la cena que había encargado antes de su repentina marcha, apareció dispuesta ante sus ojos. Vio que en la mesa había dos cubiertos.
Breuil repuso: Lo que usted quiera. Todas las tardes se reunían, y charlando de sus lejanas mocedades pasaron horas muy bellas. El concluyó por instalarse en el piso segundo del hotel de María Ana. Nunca salían á la calle. Por las noches rezaban, jugaban al ajedrez, leían novelas y componían música.
No era en verdad ilusión que los frágiles tabiques de la casa temblaran como las murallas de Jericó, porque durante el ir y venir de la gente en el momento del berrinchín, el piso se estremecía de tal modo y con tan amenazadora trepidación, que los expulsados tomaban con gusto la puerta.
Ochenta y seis años: ya había paseado bastante: ¡para lo que le quedaba que ver!... Se recluyó en el piso segundo, donde sólo admitía a su nieto.
Sí, ¡ya! ¡ya! y por eso hablo yo: porque estas cosas, en tiempo. ¿Te acuerdas de la Brigadiera? ¿Te acuerdas de lo que me dio que hacer aquella miserable calumnia por ser tú noble y confiadote?... Fermo, te lo he dicho mil veces; no basta la virtud, es necesario saber aparentarla. Yo desprecio la calumnia, madre. Yo no, hijo. ¿No ve usted cómo a pesar de sus dicharachos yo los piso a todos?
Pasó a las habitaciones de su esposa que se hallaban en el piso principal. ¿Quién es la que está durmiendo todavía? ¿Quién es...? ¿quién? ¡Nadie... nadie... nadie! respondió una voz femenina de timbre claro y armonioso. ¿No es Elena? ¡No, no es Elena! Y al mismo tiempo hizo irrupción en el gabinete una hermosa joven y le echó los brazos al cuello.
Subimos juntos, el uno al lado del otro, siempre juntas nuestras manos. Al llegar a la antesala del primer piso tuvo como una llamarada de presencia de espíritu. Entre usted aquí me dijo, voy a avisar a mi padre. La vi que llamaba a su padre y encaminarse al cuarto de Julia. Las primeras palabras del señor D'Orsel fueron éstas: Mi querido hijo, tengo mucha pena.
Allá abajo, en la trastienda de La Cruz Roja, a la que no se pasaba, desde la casa del Magistral por sótanos, como suponía la maledicencia, sino por ancha puerta abierta en la medianería en el piso terreno, doña Paula, subida a una plataforma, ante un pupitre verde, repasaba los libros del comercio y en serones de esparto y bolsas grasientas contaba y recontaba el oro, la plata y el cobre o el bronce que Froilán iba entregándole, en pie, en una grada de la plataforma, más baja que la mesa en que el ama repasaba los libros.
Otras habían empezado así. Bajaron por la calle del Águila. A su extremo, pasaba, perpendicular, la carretera de Madrid. Por ahí no dijo el ama . Por aquí; vamos hacia la fuente de Mari Pepa. A estas horas no hay nadie por estos sitios, y el piso ya estará seco; todavía da el sol. Mire usted, allí está la fuente.
De repente tomé una resolución, cerré bruscamente la ventana, me puse precipitadamente una bata, y con mis zapatos en la mano me aventuré en el obscuro corredor. ¡Oh! ¡Cómo me latía el corazón, cómo me ardía la sangre en las sienes! Me tambaleaba, tuve que apoyarme en la pared. Por fin llegué a su puerta. Los pasos continuaban haciendo temblar el piso, pero el ruido sordo había desaparecido.
Palabra del Dia
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