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Aunque afectaba Benina no dar crédito a tales historias, ello es que no perdió sílaba del relato que Almudena le hizo. La cosa era muy sencilla, por él pintada, aunque las dificultades prácticas para llegar a producir el mágico efecto saltaban a la vista.

Riquín, ya muy mejorado, saltaba y corría por el campo, y en sus mejillas renacían los frescos colores de la salud. Todo el día lo pasaba D. José embelesado, y no hartaba sus ojos de mirar a la madre y al hijo. Paseaban los tres por la montaña, se sentaban, hacían vida de idilio, semejante a la que D. José había visto pintada en los biombos de la casa de Aransis.

Para llegar a él se pasa por un camino, en algunas partes muy hondo, al cual los arbustos frondosos forman en verano un túnel. A la entrada de Zaro, como en otros pueblos vasco-franceses, hay una gran cruz de madera, muy alta, pintada de rojo, con diversos atributos de la pasión: un gallo, las tenazas, la lanza y los clavos.

Tenía pintada en su cara la ansiedad más terrible; su piel era como la cáscara de un limón podrido, sus ojos de espectro, y cuando se acercaba a la mesa de los espiritistas, parecía uno de aquellos seres muertos hace miles de años, que vienen ahora por estos barrios, llamados por el toque de la pata de un velador.

Robledo, que pasaba á caballo entre los grupos, adivinó por algunas palabras sueltas la cólera que empezaba á conmoverlos. Precisamente en aquellos momentos la expedición iba desfilando ante la antigua casa de Pirovani. Las mujeres eran las que se mostraban más furiosas y lanzaron los primeros gritos agresivos mirando las ventanas del edificio. ¡Muera la Cara Pintada! ¡Muera la gran...!

Tendido en el suelo, boca arriba, yacía un hombre muerto. ¡Muerto, ! Claramente vi pintada la muerte en su rostro pálido. El fósforo me cayó de los dedos, y quedé otra vez en tinieblas. No le vi más que un momento; pero la visión fué tan intensa, que ni un pormenor se me escapó.

Y una mañana, saliendo don Quijote a pasearse por la playa armado de todas sus armas, porque, como muchas veces decía, ellas eran sus arreos, y su descanso el pelear, y no se hallaba sin ellas un punto, vio venir hacía él un caballero, armado asimismo de punta en blanco, que en el escudo traía pintada una luna resplandeciente; el cual, llegándose a trecho que podía ser oído, en altas voces, encaminando sus razones a don Quijote, dijo: -Insigne caballero y jamás como se debe alabado don Quijote de la Mancha, yo soy el Caballero de la Blanca Luna, cuyas inauditas hazañas quizá te le habrán traído a la memoria.

El rey es aquí un pordiosero que nos pide limosna. Voltaire habla más, infinitamente más, que todo esto. Es una cuna sin sepulcro, un Oriente que no halló su ocaso. Luego vimos la tumba de Rousseau. Es menos tumba todavía que la de Voltaire. Sobre la pared de su sepultura tiene pintada una mano que empuña una antorcha, en significacion de que su inteligencia lo alumbra todo.

AZUCENA. no podrás socorrerme; vendrán muchos contra ti, y tus fuerzas se agotarán; pero no temas por , yo estoy libre de su furor. MANRIQUE. ¿Vos? AZUCENA. ; los tiranos no mandan sobre el sepulcro, ni el verdugo puede martirizar una carne que no siente. Acércate... Mira esta frente pálida; ¿no está pintada en ella la muerte? MANRIQUE. ¿Qué decís?

Yo me encuentro muy retebién aquí. Guardó silencio la joven y bajó los ojos, dudando qué partido tomar. Pero al levantarlos vió pintada en el rostro de las jóvenes presentes una sonrisa de burla. Su orgullo se embraveció súbito con tan cruel espuela. Alzó la cabeza de un modo arrogante y dijo con voz firme: Está bien. Quede usted con Dios, y gracias por la galantería.