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Actualizado: 16 de mayo de 2025
¡Qué bajo eres, Pepe! exclamaba ella riendo. No importa que me llames lo que quieras. Soy tuyo, ¡tuyo hasta la muerte! Te quiero más que a Dios. Quiero a estos piececitos tan ricos y los beso. ¿Lo ves? A ver; que venga alguien a decirme que no debo hacerlo. Clementina le miraba risueña.
Era maestra en aquella pantomima tan expresiva de los habitantes del Mediodía, que da verosimilitud a las mayores mentiras. Sus ojos, sus manos, sus piececitos, hablaban al mismo tiempo que sus labios y parecían ser otros tantos testigos de su veracidad.
Vaya, no temas, muchacha, tu madre no ha oído nada, y esta noche, después del rosario, cuando tu abuelo te haya besado en la frente, trémula, inquieta, tus piececitos desflorarán el césped, y te detendrás veinte veces, conteniendo la respiración. Por fin, te sentarás, palpitante, al pie de ese bello almendro florido, cuyas hojas relucientes reflejarán la dulce claridad de la luna.
Ester le dijo á Perla que corretease por la ribera del mar y jugara con las conchas y las algas marinas, mientras ella hablaba un rato con el hombre que estaba recogiendo hierbas á cierta distancia; por consiguiente, la niña partió como un pájaro, y descalzándose los piececitos empezó á recorrer la orilla húmeda del mar.
De todo corazón deseaba, y con todas sus fuerzas iba a procurar conquistar la estimación y tranquilo afecto de las dos mujeres. Trataría de no ver demasiado la belleza de Zuzie y Bettina; trataría de no perderse, como lo hizo la víspera, en la contemplación de los cuatro piececitos colocados sobre los dos taburetes del jardín.
Dice que esos piececitos tan monos, tan breves, tan lindos, están pidiendo a gritos medias y zapatos de seda, en lugar de esas horrendas botas, borceguíes, brodequines o llámense comoquiera. Eso es insultamos exclamó Eloísa ; es querer que retrogrademos medio siglo, como dice muy bien la ilustrada prensa madrileña. Que los ojos negros de las españolas son los más hermosos del mundo.
Así que sacié mi apetito, levantó la mesa la sirvienta, se encendió un espléndido fuego en el hogar, y nos sentamos, el cura y yo, cada uno a un lado de la chimenea. Veamos, pues, Reina, hablemos seriamente. ¿Qué tienes que contarme? Adelanté mis piececitos hacia las llamas del hogar y respondí tranquilamente. Mi cura, me muero.
Sucia, desgreñada, curtida por los vientos y el sol, desnuda de pie y pierna, el cuerpecito raquítico y asexual vestido de andrajos, la pobre niña durmió al raso, donde la noche la sorprendía; y fué de villorrio en villorrio pidiendo limosna, apurando todas las hieles de desdén que tiene para los mendigos la caridad pública; y en las calles de Lyón bailó, al son de la pandereta que golpeaba su padre, sobre la tragedia de sus piececitos ensangrentados...
Palabra del Dia
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