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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Y se volvió á sentar, y el joven volvió á rodear su cintura. Por aquella vez Dorotea se puso pálida, se estremeció, pero no se atrevió á desasirse de los brazos de Montiño. Tengo sed dijo el joven. ¡Sed! dijo la Dorotea bajando hacia él sus grandes ojos medio velados por la sombra de sus largas pestañas y dejando caer una larga mirada en los ojos de Montiño. ¡Sí, sed de vuestra boca!
De pronto desaparecías, te ibas al campo sin despedirte de nadie, y corrían rumores de aventuras raras. A mí se me ocurría que fingías, que tratabas de hacerte una aureola romántica. ¿No era así? Julio sonrió, sin responder. La cara muy blanca, su frente descendía ancha y recta, desde la raíz de los cabellos, empujando algo las cejas por encima de las pestañas.
Y para hacer más terrible aquel golpe, los ojos poderosos de doña Catalina, medio velados por sus sedosas pestañas negras, arrojaban sobre él fuego; le miraban de una manera tal que... Santos hubiera dado su alma al diablo porque aquellos ojos le hubiesen mirado de una manera más clara, porque le hubiesen prometido, aunque remotísimamente, algo.
Brillaban sus negros ojos, por entre las largas y sedosas pestañas, como la luz del sol que arreboladas nubes mitigan. Era su tez como de leche y rosas. Esbelto su talle: elevada su estatura. A pesar de las flotantes y blancas ropas que velaban su cuerpo, se presentía y se adivinaba que era todo él maravilloso y armónico conjunto de perfecciones casi divinas.
Las lágrimas no acudían a sus ojos tan fácilmente como en los pasados y poéticos días, pero cuando las vertía era con el corazón lacerado. Volvió en sí al anuncio de la visita de un vestryman, del comité de música. Entonces enjugó sus largas pestañas, atose al cuello una cinta nueva, y bajó al salón.
Nos quedamos, pues, sentados el uno frente al otro, separados por el angosto madero de la cama, con los brazos apoyados en el borde, mirando al otro extremo el rostro de Marta, que un movimiento nervioso sacudía a cada instante; sus párpados parecían cerrados, las sombras de sus pestañas descendían hasta muy abajo en sus mejillas; pero, cuando uno se inclinaba hacia ella, veía brillar en el fondo de las obscuras cavidades el blanco de los ojos, con un lustre de nácar pálido.
A lo largo de la calleja del Tostado llegaba un grupo de gente. Instantes después, el mancebo se halló sorprendido por Beatriz y doña Alvarez. Una y otra venían en sillas de manos. El negro manto de la doncella estaba cubierto de arena blanquizca y su tez descolorida por el polvo; las pestañas, cenicientas; los cabellos resecos y como canosos.
En la puerta de la iglesia apareció el espada, sonriente y magnífico, dando el brazo a su mujer, que iba trémula de emoción y bajaba los ojos, temblándole una lágrima entre sus pestañas. Carmen creyó que acababa de casarse por segunda vez. Al llegar Semana Santa, Gallardo dio una gran alegría a su madre.
Lo único que me tranquilizaba un poco era el placer que manifestaba usted en quedarse a mi lado. Cuando usted paseaba por el jardín, yo, desde mi diván, le seguía con el rabillo del ojo y muchas veces fingía dormir para que usted se acercase a mí con más libertad. No tenía necesidad de abrir los ojos para saber que usted estaba allí; le veía a través de las pestañas.
La condesa, con la sonrisa en los labios y los ojos medio cerrados, le miraba por entre sus negras y largas pestañas con expresión picaresca. Después que hubo cesado, Octavio se dirigió á ella, apretó su mano un poco más que de costumbre y se despidió hasta el día siguiente.
Palabra del Dia
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