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Actualizado: 19 de julio de 2025
Tenía treinta y siete años; era alta, con labios muy gruesos y encendidos, que humedecía sin cesar. Sin ser grandes, los ojos lo parecían por un poco hundidos y tener pestañas muy largas; pero eran admirables de sombra y fuego. Se pintaba. Vestía, como la hija, con perfecto buen gusto, y era ésta, sin duda, su mayor seducción.
Se sentaban en hilera, graves, por más que la alegría les rebosaba; se ponían serias, pero la risa les chacoteaba entre las pestañas largas y crespas, jugueteaba sobre sus labios y se arremolinaba, allí, en las extremidades de la boca.
Era una promesa que había hecho en aquel anochecer lúgubre, cuando le vio llegar tendido en la camilla, pálido e inmóvil como un muerto. ¡Las veces que había llorado a la Macarena, la hermosa reina de los cielos, de largas pestañas y mejillas morenas, pidiéndola que no olvidase a su pobre Juanillo! La fiesta fue un acontecimiento popular.
Ni migas quedaron allí. Por la razón apuntada más atrás, no reproduzco algunos párrafos de los dedicados a la fiesta por El Ariete al día siguiente, en los cuales se decían de Julieta cosas peregrinas a propósito de sus ojos negros, sedosas pestañas, morena tez y túrgido seno; pintándola como la realidad del sueño más oriental, y poniéndola por encima de todas las sultanas habidas y por haber.
Amalia se detuvo un instante y la contempló con ardiente mirada, devorando con los ojos aquel semblante grave y melancólico que tan fielmente reflejaba el de Luis. Dio un paso y la niña volvió la cabeza. La mirada de sus ojos azules era igualmente dulce y triste; el movimiento de las pestañas, idéntico.
La tengo perfectamente grabada en la memoria. Un rayo de sol que descendía desde la ventana del coro de San Dives, solía acariciar dulcemente las tupidas masas de cabello castaño de su hermosa cabeza y los negros arcos de sus cejas, y oscurecía la sombra de las sedosas pestañas sus ojos de azabache.
Y, observando que su burla oscurecía el rostro de la joven, añadió tomándole una mano y acariciándola: No hagas caso, serrana; anunciaba, sí, mi matrimonio, pero era contigo... ¡contigo, morena, que tienes unas pestañas que se clavan en el alma como alfileres! ¡Quita allá, falso! ¡No gastes guasa! replicó ella dándole un leve empujón.
Parecían bocetos de una estatuaria monstruosa derramados junto al Océano, restos del jugueteo de unas manos gigantescas que se hubiesen entretenido en amasar tierras y rocas. Unas alturas eran cónicas, de regular esbeltez; otras evocaban la imagen de una nariz colosal, de una frente con pestañas, de un mentón voluntarioso.
Si supieras la gracia de aquel talle de divina y esbelta elegancia, el atractivo de aquellos labios húmedos y rojos y la potencia de aquellos ojos, tan pronto chispeantes de luz como tenebrosos y obscuros, bajo el misterio de las largas pestañas... ¡Qué seducción hasta en sus caprichos, pues los tiene!
Había visto de repente un camino desconocido, un sendero tortuoso que allí llegaba dando rodeos, y ya no oyó más, ya no se ocupó de otra cosa. Cinco minutos largos permaneció callada, inmóvil, tirando al parecer sus planes. Lilí, con las manitas cruzadas sobre las rodillas y la cabeza baja, la miraba de cuando en cuando a través de sus largas pestañas, extrañada de aquel singular silencio.
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