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«Creía que había muerto aquella Ana que iba y venía de la desesperación a la esperanza, de la rebeldía a la resignación, y no había tal; estaba allí, dentro de ella; sojuzgada, , perseguida, arrinconada, pero no muerta.

El sueño de las altas horas le pesaba en los párpados, rendidos; pero acunada por la nave milagrera de su novio y perseguida por la imagen fatídica de Julio, no podía dormir ni sosegar, hasta que, ya alboreciendo, se sumió en un leve descanso lleno de estremecimientos. Despertóse bien entrada la mañana y le pareció oír lamentos y carreras, como en los días aciagos de aquella casa.

Era obligado que penetrase creyéndose perseguida, que proyectase vagamente hacerse un par de zapatos, y que, de postdata, le acometiese el escrúpulo de si a Novillo le placerían aquellas visitas al zapatero subversivo. A poco de salir Felicita, cruzó, por delante de las puertas de la zapatería, don Anselmo Novillo, con solemnidad de hombre corpulento, machucho y poseído de su elegancia.

Al contrario, he dormido divinamente me apresuré á responder. No me fiaba ni de mi hija. Luego añadí afectando naturalidad: ¿Ha venido ya El Eco del Comercio? ¡Anda! ¡Ya lo creo! Tráemelo. Recorrílo todo con ojos ansiosos sin ver nada. De pronto leí en letras gordas: El crimen de la calle de la Perseguida, y quedé helado por el terror.

No es éste lugar oportuno de desenvolverlas prolijamente, y nos limitaremos, por ahora, á indicar sus principios más culminantes. Por otra parte, era indispensable defender á una dama perseguida por su esposo, padre ó hermano, teniendo ella derecho á que la protegiese el primero que encontraba y cuyo socorro pedía, sin preguntarle su nombre ni levantar su velo.

Aquí debe de haber algo... y algo grave dijo el tío Manolillo , en lo que acaso yo no tenga poca parte. Explicáos por Dios, hermano. Explícome, y para explicarme pregunto: ¿dónde ha visto á don Juan Girón?... Juan Montiño, hermano, Juan Montiño. Bien, ¿dónde ha visto Juan Montiño á doña Clara? En la calle. ¡En la calle! Amparóse de él al verse perseguida por don Rodrigo Calderón.

La juventud no hace otra cosa. La danza es una especie de rito sagrado, prohibido durante la guerra; y todos se dedican ahora á bailar, con el fervor del fanático que al fin ve triunfante su perseguida religión. El príncipe recuerda su paso reciente por París. Nunca vió las mujeres mejor vestidas, con un hambre tan manifiesta de placer y de lujo.

No encuentro mejor comparación para este estado que el de un febricitante cuya imaginación enferma, extraviada en un mundo desconocido y perseguida por reminiscencias confusas, pasa al azar de un objeto a otro, une bajo el mismo punto de vista los contrastes más extravagantes, las imágenes más disparatadas, y se pierde en esas transiciones sin motivo y sin fin, tan incapaz de formar juicio de sus sensaciones como de elegirlas.

Era tan interesante como la de un espía; pero había en ella algo que no conocían los espías: una arrogancia, una mezcla armónica de lucha, de misterio, de horror y de alegría... Era perseguida, y hay algo de singularmente delicioso en que un malvado, hostil y temible, tienda las manos aprehensoras a nuestra garganta y prepare, hilo por hilo, la cuerda para estrangularnos. ¡En tales momentos, el corazón late con tanta violencia, se ilumina la vida con una luz tan fúlgida y se la ama con tanto ardor!

Por fin su imaginación enfermiza resumió todos aquellos desvaríos en esta pavorosa duda: «Si fuese fea... ¿me querríaJamás mujer bonita se ha hecho pregunta tan terrible. En estado de ánimo análogo al suyo debió de verse aquella dama que, perseguida con deseos torpes por un rey de Castilla, se abrasó el rostro para evitar la ocasión de su deshonra.