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Actualizado: 7 de junio de 2025
Desaparecido había también don Baltasar de Peralta, como gota de agua que cayó en la mar, y Francisco de Rivalta no le buscaba, porque le obligaba la asistencia a mi doliente madre, que al fin halló el remedio a su desventura en la muerte. Detúvose al llegar aquí doña Guiomar; el corazón se la había oprimido, y las lágrimas, que en vano quiso contener, rompieron por sus hermosos ojos.
Callose don Francisco de Rivalta, que bien pudiera haber patentizado la verdad; pero como la honra, de mi madre quedaba a salvo, y venganza quería tomar por su mano de don Baltasar de Peralta, guardó el secreto.
Enterró Margarita a doña Guiomar con gran pompa, que su herencia había aceptado, y a ella tocaba procurarla los últimos homenajes. Enterrado fue asimismo con gran ostentación por sus parientes don Baltasar de Peralta, y andando no mucho tiempo, en galeras se vio con un grillete, remando por el rey, con sentencia para toda su vida, el ilustre rapista Viváis-mil-años.
Y tan es así que, como quedara monsieur Jaccotot con la meditabunda mirada fija en el espacio y las dos lágrimas silenciosas deslizándose por las mejillas exangües, Manuel Peralta sacó el pañuelo para imitarlo, y comenzó la pantomima de un llanto inconsolable.
Llama ese morillo aquí, Y por él me lleve a mí, O estemos juntos los dos. Pero escucha: al repostero Di que mi plata le dé, Que yo la rescataré Cuando tuviere el dinero. Venga el sargento al momento, Donde es también menester, Porque más vale comer Sin plata que sin sargento. PER. ¡Oh, Alejandro! ¡Oh gran Narváez! NARV. Id vos, Peralta, con él. PER. Voy, señor. Vase PERALTA.
Desesperado ya Francisco de Rivalta, mi pariente, al ver que por cerca que hubiese tenido a don Baltasar de Peralta, nunca ponerse delante de él había logrado, volviose a su casa de Sevilla, y encomendó a la Providencia de Dios el castigo de nuestro contrario; y pasó él tiempo cuidando él mi hacienda, y yo criándome, y habiendo yo cumplido seis años y él treinta, vínose al pueblo, sacome del poder de los honrados labradores que me habían criado, y púsome en las monjas de Santa Clara, y al cuidado de dos tías, hermanas de mi padre, que allí eran señoras de piso.
Dios os lo pague por la buena voluntad, que me tenéis, que cuando a vos vengo a ampararme, porque ya me considero ahorcado, vos me tiráis de los pies. Y no a que perdáis vengo yo, tía Zarandaja, sino a que ganéis la mitad de mil ducados, que porque le sirva me ha dado don Baltasar de Peralta. Y vedlos aquí en buenos doblones de a ocho de los del cuño del emperador.
De la cintura a los pies poco tenía de fenomenal, y el enciclopédico limeño don Pedro de Peralta escribió con el título de Desvíos de la naturaleza un curioso libro, en que, a la vez que hace una descripción anatómica del monstruo, se empeña en probar que estaba dotado de dos almas.
Y aquí, para que sepáis lo que sucedió, empieza esta historia, que es la prosecución de la que yo os he contado ya, señor Miguel de Cervantes, hasta el punto en que, engañado mi padre por la traición que a mi madre hacía su doncella Lisarda haciendo creer a don Baltasar de Peralta, como ya os dije, que con mi madre, y no con una doncella suya, tenía amores, mi padre, llamado por un su pariente, acudió a sorprender, engañado, a la que creía su esposa adúltera.
Dejamos mi relato, señor Miguel de Cervantes, en el lugar en que, habiendo abierto Lisarda el postigo, entrose por él don Baltasar de Peralta, y en aquel mismo momento, y antes de que el postigo se cerrase, metiéronse por él espada en mano mi padre y su primo Francisco de Rivalta, que este era el nombre de mi difunto marido.
Palabra del Dia
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