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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Si quisiera discutir, respondió Tragomer, lo haría acaso con más facilidad de lo que usted cree. Pero ¿para qué? No haríamos más que cambiar vanas palabras. Aunque yo le adujese argumentos aceptables, usted no los aceptaría. Lo que hace falta es traer la prueba de que Lea Peralli existe. Lo importante es anunciar á Jacobo que la que creía muerta está viva. Porque observe usted que él la cree muerta bajo la fe de vuestras afirmaciones. El procesado no dudó de vuestras pruebas. Le enseñaron una mujer desfigurada que tenía la estatura, el pelo, los vestidos y las sortijas de Lea Peralli, y aterrado por la angustia, cegado por el dolor, dirigió apenas una mirada de espanto á la víctima extendida en la horrible losa del depósito de cadáveres. Volvió la cabeza y asintió á todo lo que se le afirmaba. ¿Cómo podía negar la evidencia? Lea, asesinada en su casa, ¿podía ser otra que Lea?

Esa doble presencia era inadmisible. La identidad de la americana estaba establecida con claridad y, sin embargo, era la viva imagen de la desgraciada cuya muerte expiaba Jacobo. Una fuerza más poderosa que el razonamiento, que la verosimilitud y que la cordura me oprimía el pensamiento y me repetía á pesar de todo: "Es Lea Peralli". Salimos del palco y atravesamos el pasillo del vasto teatro.

En el asunto que nos ocupa, el hecho nuevo sería la existencia de Lea Peralli. ¿No es suficiente? Lo sería si estuviera probado. ¿Pero cómo lo probarán ustedes? Su declaración no será apoyada por nada ni tendrá más valor que el de una opinión, que comparada con todos los testimonios y todas las pruebas del proceso, será de un peso muy escaso. Me piden ustedes mi opinión y se la doy.

Jenny Hawkins era el vivo retrato de Lea Peralli, pero una Lea tan morena como rubia era la otra, más alta y más gruesa. La impresión que experimenté fué sumamente penosa. Me volví á mirar hacia el público para no ver aquel fantasma que allá, en el fin del mundo, venía á recordarme precisamente las dolorosas circunstancias que me habían hecho expatriarme.

No somos niños y no debemos decir chiquilladas... Todo eso cae por tierra con una sola palabra, dijo Tragomer. Se ha condenado á Jacobo la Freneuse por haber matado á Lea Peralli, y Lea Peralli vive. ¿Usted la ha visto? preguntó el magistrado con acento burlón. Y la he hablado. ¡Oh¡ ¿Cuándo? Hace tres meses, próximamente. ¿Dónde? En San Francisco. ¿Y ella ha declarado ser Lea Peralli?

Como en esos retratos borrados por el tiempo en los que no se distingue más que las facciones debilitadas del modelo, el parecido se atenuaba y la muerta desaparecía empujada por la viva. En vano buscaba ya los detalles que hubieran podido recordarme á Lea Peralli. La actitud de la mujer que tenía delante no era la misma que la de la infeliz asesinada.

Si Jenny Hawkins era Juana Baud, existía una sustitución de estado civil y Lea Peralli vivía con un nombre que no era el suyo. Pero, entonces, ¿quién era la muerta? Aquí Tragomer se estrellaba contra realidades abrumadoras. La mujer asesinada en la calle Marbeuf era Lea Peralli. Todo el mundo la reconoció y el mismo Jacobo no puso en duda su identidad.

Cuenta usted cosas que le hacen á uno caerse de espaldas, con el tono de un caballero que está leyendo los carteles de los teatros... ¿Por qué cree usted que Jacobo de Freneuse no ha matado á Lea Peralli? Pues, sencillamente, porque Lea Peralli está viva. Esta vez Marenval se quedó aturdido.

Tragomer hizo un movimiento tan violento hacia Sorege, que Jacobo le puso la mano en el brazo para detenerle. Las cuentas que haya podido tener con Lea Peralli, dijo, serán saldadas entre ella y yo. Las que tengo con el señor de Sorege son de tal naturaleza, que, por su interés, le invito á no insistir en ellas... ¿Qué tengo que temer? preguntó audazmente el conde.

Pero se descubrirá su identidad y usted será perseguida y presa. Hay aquí una mujer muerta, ¿por qué ha de ser Juana Baud? ¿Pues quién ha de ser? pregunté. Usted. ¡Yo! ¿Cómo es posible? Usted pierde el juicio. Sorege continuó sin responderme: Juana Baud lo ha arreglado todo para marcharse y si desaparece nadie la buscará. Es preciso que la mujer muerta aquí sea Lea Peralli.

Palabra del Dia

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