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Actualizado: 9 de junio de 2025
Cuando iba Tirso a entrar en su cuarto, le dijo Pepe: Espera, tenemos que hablar: no es posible que continuemos así. La luz escasa de la lamparita, sucia y mal despabilada, iluminaba el comedor, donde menudeaban las señales de incuria y abandono.
Doña Manuela, que sin atreverse a proferir una sola palabra se había interpuesto entre ambos, miró entonces a Pepe como no le había mirado nunca, y con un vigor de que jamás dio señales en su vida, le dijo: ¡Basta! La expresión que adquirió su rostro desconcertó a Pepe: le repugnaba creer que su madre hiciera causa común con Tirso. Pero, mamá, ¿sabes lo que acaba de hacer?
Hubo unos instantes de confusión en que nadie se daba cuenta de lo que en realidad había pasado. La Amparo se había puesto terriblemente pálida y aún murmuraba sordamente denuestos. En cuanto León Guzmán averiguó, viendo en sus manos la llave, lo que había pasado quiso arrojarse sobre ella, y lo hubiera hecho faltando a lo que se debe un caballero, si Pepe Castro y Rafael no le hubieran sujetado.
La llegada de Maltrana interrumpió estas meditaciones. ¿Qué dice don Pepe?... Y acompañó el familiar saludo con una suave palmada en el abdomen del clérigo.
La impresión que Clementina le causaba no era la misma de respetuosa devoción que antes de haber trabado de tan singular manera conocimiento con ella. Pepe Castro, así que le vió en las butacas, comenzó a mirarle con fijeza tratando sin duda de analizarle. Como es natural, esta sospecha no le excitó a mirarle con más simpatía.
¡Pepe Vera! ¡Ahí está Pepe Vera! gritó el concurso . ¡El discípulo de Montes! ¡Guapo mozo! ¡Qué gallardo! ¡Qué bien plantado! ¡Qué garbo en toda su persona! ¡Qué mirada tan firme y tan serena! ¿Saben ustedes decía un joven que estaba sentado junto a Stein cuál es la gran lección que da Montes a sus discípulos? Los empuja cruzado de brazos hacia el toro y les dice: no temas al toro.
Aquella mujer la suponía en amores con Pepe, y lejos de mostrarla enojo, la recibía bien; hasta elogiaba su hermosura...; hablaba de otro hombre y decía orgullosamente mi Millán. ¿Qué era aquello? No se esté Vd. aquí, señorita, que se le van a manchar las naguas... Paz careció de sangre fría para marcharse sin salir de dudas: su calma no podía confundirse con la indiferencia.
Por último, al cabo de un rato acostaron al barco Pepe de Chiclana, su mujer y Soledad. En la subida hubo bastante jarana y no pocos sustos. Las mujeres temblaban de confiarse á la frágil escala. Con el susto no se guardaban siquiera de mostrar las piernas á los marineros que se quedaban en la lancha. Los hombres las embromaban sobre esta despreocupación así que estaban arriba.
El domingo pasao tuve yo que ir a trabajar medio día, porque había prisas, y luego le yevé al señor Pepe unas pruebas a su casa; y como era domingo, y yo, aunque me esté mal el decirlo, soy corneta del batallón de Voluntarios de la Libertad de mi barrio, fui de uniforme, pá no tener que andar dos veces el camino.
Absorta en dicha lectura se hallaba doña Luz, cuando, como ya hemos dicho, entró a verla doña Manolita. Se besaron, se abrazaron, se dieron los más cordiales buenos días, y luego habló la hija del médico: Hija mía, tú eres la primera que ha de saberlo. Lo sabrás antes que mi padre. ¡Gran novedad! Mis peleas con Pepe Güeto han dejado de ser escaramuzas. La ira de ambos ha llegado a su colmo.
Palabra del Dia
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