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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Entró Pepe Vera, abrió las persianas para que entrase la luz, se echó sobre una silla sin dejar de fumar, y mirando a María, cuyas mejillas encendidas y cuyos ojos hinchados indicaban una seria indisposición. ¡Buena estás! le dijo . ¿Qué dirá Poncio Pilatos? No está en casa respondió María cada vez más ronca.

Admitió de buen grado el amor de Millán, al tiempo que éste cursaba con Pepe la carrera; mas el ver que su novio tuvo que abandonar los libros y dedicarse a un oficio, fue para ella contrariedad grandísima.

En la puerta hay una de carruajes que no se puede pasar, y todo son miradas, frases cambiadas como al descuido, darlas el brazo hasta los coches, en fin, como los domingos a la entrada de las iglesias de moda. ¡Y para eso dejan solo a mi padre! ¡Te juro que lo evitaré! Hablaron después de otros asuntos; pero Pepe no podía fijar en nada la atención.

Azorín dice respirando holgadamente , ¡qué gratos recuerdos guardo yo del teatro! ¡Qué cosas podría yo contarle a usted! ¿Usted no ha conocido a Pepe Ortiz? No; usted no ha conocido a Pepe Ortiz. Era un actor excelente. Esta cadena la llevó él una semana. Mírela usted; tóquela usted. El viejo, con un gesto rápido, se quita la cadena.

Lo que la dejó amilanada fue la amenaza de hablar a su marido y a Pepe, segura de que la menor reconvención de Tirso provocaría una escena agria, quizá un rompimiento y un disgusto gravísimo. ¿Qué podía hacer ella para evitarlo? Nada. Sentía impulsos de contarlo todo al llegar a casa; pero, ¿y luego?

La luz de una vela que Pepe había dejado en la habitación contigua iluminaba temblorosamente el cuadro, y en el rostro del viejo aparecía impresa la curiosa intranquilidad que le preocupaba.

Hemos procurado que Pepe no saliera de Madrid; pero las circunstancias pueden más que nosotros, y ha sido destinado a un cuerpo que quizá de un momento a otro reciba orden de marchar... Y ¿qué tengo yo que ver con todo eso? En una palabra, Pepe se hace cargo de su padre, porque comprende que dejarle con doña Manuela sería peor que dejarle solo.

Dime, prenda, ¿irás esta tarde a la corrida? ¿Acaso estoy capaz de ir? respondió María . Cierra esa ventana, Pepe. No puedo soportar esa luz tan viva ni ese aire tan frío. Al decir estas palabras, se levantó él, y abrió de par en par la ventana. Y yo dijo Pepe no puedo soportar tus dengues. Lo que tienes es poco mal y bien quejado. ¡Adiós, no parece sino que vas a echar el alma!

Apresuróse a anudar el hilo por donde aquélla lo había roto, preguntando a su amigo y maestro: Vamos a ver, Pepe: en mi caso ¿qué harías? Castro caminó en silencio un rato mirando con fijeza a los balcones de las casas, sorprendido sin duda de que la gente no saliese a verle pasar. El amor es para los fanciullos, no para ti y para .

Doña Luz distaba mucho de creer que la política fuese lo que por política entendía D. Acisclo: pero, viendo lo convencido que él estaba de que no era otra cosa, y notando además que Pepe Güeto y su mujer no distaban mucho de pensar como don Acisclo, no quiso predicar en desierto ni tratar de convencerlos de que el verdadero concepto de la política era muy diferente.

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