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Actualizado: 9 de junio de 2025
Ella, con esa alegría infantil de quien ostenta una adquisición nueva, le dijo: Mire Vd. mi compra. En todo Madrid no hay otro igual. Y barato. Cinco mil reales. Pepe, al examinar el espejo, hizo un gesto involuntario. ¡Qué! ¿Es feo? Luis XV, barroco puro... ¿O le parece a Vd. caro? No; es precioso. Entonces... ¡Vamos, hombre, hable Vd.! ¿Vale menos de lo que me ha costado?
»Y, entretanto, al aceptar las reflexiones de mi madre y el consejo de Pepe Guzmán, ¿no había suscrito yo, implícitamente, un contrato de deslealtades y perjurios por el resto de mi vida? Y la que estaba resuelta a lo más, ¿por qué se detenía ante lo menos?
¡Pepe! ¡Pepe! gritó María , ¡villano! ¡La perfidia después de la insolencia! Aquella dijo Pepe Vera no hace más que lo que yo quiero. Tú eres demasiado señorona para mí. Conque... si quieres que hagamos buenas migas, se han de hacer las cosas a mi modo. Para mandar tú y no obedecer, ahí tienes a tus duques, a tus embajadores, a tus desaboridas y achacosas excelencias.
Casi siempre las conversaciones de doña Luz y del P. Enrique eran en la tertulia, en presencia de don Acisclo, de D. Anselmo, de Pepe Güeto y su mujer y del señor cura.
Pero todos estos méritos habrían sido inútiles hasta el fin del mundo, si no se le ocurriera a Pepe Samaniego establecer el comercio de ropa blanca con arreglo a los últimos adelantos del extranjero, y llevar a él a persona tan inteligente y para el caso como su prima. El plan era vastísimo.
Pepe no comprendía que su hermano dilatara ni tan corto espacio de tiempo el abrazar a sus padres. Por disculparle instintivamente, se dijo, sin embargo, que aquella era la primera iglesia de Madrid que Tirso había encontrado al paso y que, siendo cura, el hecho no tenía nada de sorprendente.
¿Qué? replicó el señor Pulido en el mismo tono . Pues nada... ¡que te birlan la cartera, Pepe, que te la birlan!...
No hallarás en la vida una mujer que te quiera tanto. Ni tan guapa apuntó Frasquito. Ni tan hacendosa y limpia manifestó Pepe de Chiclana. ¿Limpia? exclamó Paca. Como los chorros del oro. Daba gusto ver á esa mujer revolverse por casa. Las cosas que ella tocaba con las manos relucían como si les diesen cera. Yo no creo que este rompimiento sea para siempre articuló gravemente el señor Rafael.
Le llamé, le puse por condición que nos fuésemos a viajar, que me llevase a París, y nos entendimos; por su parte me exigió que permaneciésemos en Madrid ocho días y que durante ellos no pusiera Pepe los pies en mi casa. Lo prometí formalmente y aquella misma tarde comencé a cumplir mi compromiso.
Lo grave era que, el callar doña Manuela a su hijo el clérigo esta última consideración, era ya prueba de excesiva docilidad. Pepe aguardó impaciente hasta el miércoles de aquella semana, que era día festivo, y mientras se vestía estuvo en su cuarto atento a los ruidos que escuchaba, deseoso de colegir, por el rumor de los pasos y el abrir y cerrar de puertas, si iría también a misa su madre.
Palabra del Dia
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