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Actualizado: 19 de junio de 2025
Pero dudo mucho que hubiese quien se agregase á los Almugavares, milicia de tanta fatiga y peligro, sin ser de su nacion, porque la inclinacion natural les hacia seguir la profesion de los padres; ni hay hombre que pudiendo escoger siguiese milicia, que desde la primera edad se ocupase con tanto riesgo de la vida, descomodidad, y continuo trabajo.
Cuando D.ª Teodora volvió la cabeza para ver quién la apretaba tanto y se encontró con Osuna, cambió de color. Aquel maldito jorobado no la dejaba jamás en paz. En la tertulia, en el paseo, en el teatro, en la iglesia, en todas partes donde tuviera ocasión de aproximarse, era sabido que se veía necesitada a sufrir el contacto asqueroso de sus piernas y a veces de sus manos también. Osuna conocía bien el terreno que pisaba. La bella y pudorosa jamona se hubiera caído antes muerta de vergüenza que confesar a alguno los atentados de que era objeto. Pero si no los confesaba, cualquiera podría cerciorarse de ellos, observando el estado de agitación en que se hallaba. En esta ocasión el jorobado anduvo audaz en demasía. D.ª Teodora comenzó a dar muestras tales de inquietud que para cualquiera serían visibles. D. Juan no las vio, sin embargo. Era un varón puro y magnánimo, incapaz de sospechar las grandes suciedades que puede haber sobre la tierra. Pero D. Peregrín, como hombre de mundo, concluyó por advertir algo de lo que pasaba. Espió a Osuna con el rabillo del ojo, y cuando penetró en su espíritu gubernamental el convencimiento de la trasgresión que se estaba cometiendo, comenzó a roncar y silbar por la nariz como un vapor en peligro, lanzando al mismo tiempo centelleantes miradas de indignación al audaz jorobado.
Por desdicha, es en los tiempos y las civilizaciones que han alcanzado una completa y refinada cultura donde el peligro de esa limitación de los espíritus tiene una importancia más real y conduce a resultados más temibles.
Más de mil bocas fueron saludando al solitario de la terraza con silbidos alegres, hurras ó gritos ininteligibles, que servían de escape á una juventud exuberante, hambrienta de peligro y de gloria, regocijada y curiosa á través de un mundo viejo que para ella era nuevo.
Antoñita, que no podía permanecer indiferente después de lo que había oído, pues comprendía que algo muy grave indicaban las incoherentes palabras de Felipe, dirigiose a Amaury presurosa y cuando éste tomaba el sombrero para retirarse, y sin aparentar inquietud; pero con el firme propósito de conjurar cualquier peligro que por parte de Amaury pudiese amenazar a su preferido, le dijo: No olvide usted que mañana es el primero de junio, y debemos ir a visitar a mi tío.
Me horrorizo de pensar en el peligro a que te expones de incurrir en los más espantosos pecados, de amargar la existencia de un anciano venerable, deshonrando sus canas, y de ser ocasión, si no causa, de irremediables infortunios.
Además, él tenía amigos en la misma frontera, que les ayudarían en caso de peligro para que pudiesen llegar los dos á Barcelona, y una vez en este puerto era fácil encontrar pasaje para la América del Sur. Elena le escuchó frunciendo su entrecejo y moviendo la cabeza.
Pero este devorador ovíparo, de amplia reproducción, continuaba el peligro mundial, hasta que intervenía otro monstruo tan ávido en sus apetitos como pobre en sus procreaciones, cortando de golpe la fecundidad siempre renaciente del Océano.
Beatriz era para él la mies lograda y suya, a salvo de todo peligro. Sin embargo, cierto día la preguntó: ¿Os holgara ser aína mi esposa? Ella repuso: Tamañita me quedo. ¿En eso pensáis tan temprano?
La vanguarda del campo del infante, y Berenguer, alcanza la retaguarda de Rocafort, y llegan casi á darse la batalle; mata Rocafort á Berenguer de Entenza; y Fernan Jimenez de Arenós huyendo del mismo peligro se pone en manos de los Griegos.
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