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Actualizado: 23 de octubre de 2025


Murió este día el Conde Galván, placentín, y el Capitán Carlos de Haro, peleando como muy valerosos Capitanes. También murió Uncibay, Alférez de Galarza, con muy buenos soldados de su compañía, que entraron con él en la tienda del Visorrey de Negroponte. Era un muy valiente hombre este Alférez, y así peleó este día como tal.

Peleóse valientemente, pero los dos mil infantes Griegos, acometidos de los trescientos Almugavares, fueron casi todos degollados con tanta presteza, que tuvieron lugar de socorrer á Fernan que andava peleando con la caballería, y fué tan importante su ayuda, que luego dejaron los enemigos el paso libre con pérdida de 690 caballos entre muertos y presos.

De las que tomaron el largo, las de Scipión Doria, de Antonio Maldonado y tres de Florencia, escaparon por pies, defendiéndose; Flaminio de Anguillara, General de las del Papa, resistió peleando bizarramente con tres enemigas; D. Sancho de Leyva reunió cuatro de su escuadra, con las que hizo inútil, pero honrosa resistencia.

Y el jornalero del campo que, mal alimentado con bazofia, sudaba bajo el sol, sintiendo la proximidad de la asfixia, al detenerse un instante para respirar en esta atmósfera de horno, se decía que era mentira la fraternidad de los hombres predicada por Jesús, y falso aquel dios que no había hecho ningún milagro, dejando los males del mundo lo mismo que los encontró al llegar a él... Y el trabajador vestido con un uniforme, obligado a matar en nombre de cosas que no conoce a otros hombres que ningún daño le han hecho, al permanecer horas y horas en un foso, rodeado de los horrores de la guerra moderna, peleando con un enemigo invisible por la distancia, viendo caer destrozados miles de semejantes bajo la granizada de acero y el estallido de las negras esferas, también pensaba con estremecimientos de disimulado terror: «¡Cristo ha muerto, Cristo ha muerto

Las lanzas, sables y palos, divididos por mitad á los costados, sostenidos por la poca caballeria que le habia quedado, y mandando dar un cuarto de conversion por mitad á derecha é izquierda, acometió á un tiempo á los indios de Ingaricona y Sanca, que se sostuvieron por algun rato con teson, peleando valerosamente, hasta que los de Sanca cedieron, despues de haber perdido algunos hombres, y emprendieron una fuga precipitada, arrojándose á un estero profundo, donde se ahogaron algunos, y los demas siguieron la retirada con el mayor desórden, hasta ampararse de las montañas inmediatas.

Mucho tenía que ser el del hambre, cuando hubo en la guarnición quien la mitigara acudiendo al remedio en los cadáveres de turcos; mas de todo punto se hacía irresistible el tormento de la sed en aquella abrasada tierra, en el rigor de la canícula, trabajando durante la noche con picos y azadones, peleando durante el día sin reposo de un momento.

Eran combatientes de profesión, soldados que en tiempos de paz vivían peleando en las colonias, perfiles enérgicos, rostros bronceados, ojos de presa.

Peleando en una pulpería una noche había muerto a su hermano, confundiéndolo con su adversario, en medio de un entrevero; tiempo después llegaba tarde de la noche a su rancho, y viendo un hombre junto a la puerta, simuló pasar de largo por el camino, para sorprender mejor; descendió del caballo y agazapándose entre las cicutas se dirigió hacia aquel hombre que iba a robarle su felicidad; los perros no se sentían...

Don Félix se queda solo en el teatro, y viene un criado á anunciarle que Lisardo está peleando con los alguaciles; y, cuando Don Félix se propone salir volando á su socorro, aparece Doña Clara pidiéndole protección contra su hermano, que intenta matarla por su entrevista nocturna con Lisardo; vacila entre socorrer á su amigo ó á su dama, cuando se presenta Don Antonio, y se empeña en levantar el velo de Doña Clara; Don Félix no lo consiente, porque así se lo manda su deber de caballero, y relucen de nuevo las espadas; pero entonces oye, desde la casa de Don Iñigo, las voces de socorro de Laura, á quien su padre, furioso, amenaza con un puñal, y acude á ella corriendo, no sin decir antes lo que sigue: Bien que mi obligación Es valeros, bella Clara, Porque de os amparásteis; Bien que en esta demanda, Mi obligación, Don Antonio, Es no volveros la espalda; Bien , Lisardo, que sois Mi amigo, y que os hago falta; Mas mi amigo, mi enemigo, Y la dama que se ampara De , todos me perdonen.

19 Y mandó al mensajero, diciendo: Cuando acabares de contar al rey todos los negocios de la guerra, 20 si el rey comenzare a enojarse, y te dijere: ¿Por qué os acercasteis a la ciudad peleando? ¿No sabíais lo que suelen arrojar del muro? 21 ¿Quién hirió a Abimelec hijo de Jerobaal? ¿No echó una mujer del muro un pedazo de una rueda de molino, y murió en Tebes? ¿Por qué os llegasteis al muro?

Palabra del Dia

mármor

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