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Actualizado: 15 de junio de 2025
Pero el asesino vagó como un loco por la huerta, huyendo de las gentes, tendiéndose detrás de los ribazos, agazapándose bajo los puentecillos, escapando á través de los campos, asustado por el ladrido de los perros, hasta que al día siguiente lo sorprendió la Guardia civil durmiendo en un pajar. Durante seis meses sólo se habló en la huerta del tío Barret.
En esto, descubrió a un lado de la sima un agujero, capaz de caber por él una persona, si se agobiaba y encogía. Acudió a él Sancho Panza, y, agazapándose, se entró por él y vio que por de dentro era espacioso y largo, y púdolo ver, porque por lo que se podía llamar techo entraba un rayo de sol que lo descubría todo.
Decir esto, y como cobijarse el maligno gozque con ligereza y travesura del mismo diablo, fué todo un punto, no habiendo arremetida en que no dejase alguna prenda por despojo bajo la salvaguardia del soldado, volviendo a la carga más desesperadamente, brincando, latiendo, lanzándose y agazapándose, siempre huyendo y siempre burlando los quites y reparos de aquella gente salteada.
Peleando en una pulpería una noche había muerto a su hermano, confundiéndolo con su adversario, en medio de un entrevero; tiempo después llegaba tarde de la noche a su rancho, y viendo un hombre junto a la puerta, simuló pasar de largo por el camino, para sorprender mejor; descendió del caballo y agazapándose entre las cicutas se dirigió hacia aquel hombre que iba a robarle su felicidad; los perros no se sentían...
Y como si la tormenta, envuelta en el conglomerado de sus cirrus obedeciera a su voz, empezó a moverse hacia el sud, siguiendo la línea del horizonte lentamente, casi agazapándose, como si quisiera realizar un movimiento envolvente para tomar al sol por retaguardia, mientras éste seguía en su aparente caída diurna.
Además, él recordaba haber visto en la puerta de una pagoda una cabra negra andando hacia atrás. ¡La noche sería terrorífica! ¡Y su pobre mujer, el hueso de su hueso, que estaba tan lejos, allá en Pekín! ¿Y ahora, Sa-Tó? le pregunté. Ahora... ¡Vuestra señoría!... Ahora... Callóse, y su figura escuálida temblaba, agazapándose como un perro que se le amenaza con el látigo.
Registre usted el portal. Martín, al oir esto, agazapándose, salió del portal y ganó la escalera. La vieja paseó la luz del farol por todo el zaguán y dijo: No hay nadie, no, no hay nadie. Martín pretendió volver al zaguán, pero la vieja puso el farol de tal modo que iluminaba el comienzo de la escalera. Martín no tuvo más remedio que retirarse hacia arriba y subir los escalones de dos en dos.
Palabra del Dia
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