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Actualizado: 9 de octubre de 2025


Háblame de El decía Leonora frotando su cabeza en el duro pecho del músico alemán, con el dulce abandono de la pasión saciada. ¡Cuánto daría por haberle conocido como !... Todavía le vi en Venecia: eran sus últimos días... estaba moribundo. Y evocaba aquel encuentro, uno de sus recuerdos más firmes y bien delineados.

Nadie podía llamar hermosa a esta muchacha con justicia, y sin embargo, la expresión humilde e inocente de sus ojos, la sonrisa constante que contraía sus labios, la hacían altamente simpática. Llevaba un vestido de percal claro con un pañuelo de color de rosa, que le tapaba el pecho y parte de la espalda. Al oír la exclamación de Miguel, contestó con otra: ¡Mucho, ! Ya lo creo.

Los panditas y otros jefes se dejan crecer el bigote, pero fuera de estos casos el moro se arranca los pocos pelos que constituyen su barba. La cabeza se la suelen afeitar, pero una vez casados todos se dejan el pelo largo. Su pecho es robusto, de torax desarrollado, á propósito para las rudas faenas que soportan en el mar y en particular en la pesca de la perla.

¿Queréis otra cosa, buen hombre? -replicó Sancho. -Otra cosa querría -dijo el labrador-, sino que no me atrevo a decirlo; pero vaya, que, en fin, no se me ha de podrir en el pecho, pegue o no pegue.

»Una de las cláusulas del codicilo de Carlos V era que se le enterrara debajo del altar mayor del Monasterio, quedando fuera del ara la mitad del cuerpo, del pecho á la cabeza, en el sitio que pisaba el Sacerdote al decir la misa, de manera que pusiese los pies sobre él.

Va a creer que hay en tu vida alguna mancha cuyo recuerdo te obliga a rechazar lo mismo que deseas. ¡Pobre de él y pobre de ti como se le meta eso en la cabeza! Vamos a ver: ¿en qué fundas tu terquedad? Cuando tales cosas escuchaba Felisa, dejaba caer la cabeza sobre el pecho y contestaba con evasivas. No ... rarezas mías... ya nos casaremos.

El sepulturero volvió, y echándose de pecho en el suelo, apoyado en los codos y el frasco bajo las narices, esperó. ¡Su cloro! No es mucho, que digamos. Y aún morfina... ¿Usted conoce el amor por los perfumes? ¿No? ¿Y el Jicky de Guerlain? Oiga, entonces. A los treinta años me casé, y tuve tres hijos. Con fortuna, una mujer adorable y tres criaturas sanas, era perfectamente feliz.

Sacudía el cinc del tejado y parecía atacar furiosamente a toda la clínica. Aquella noche Petrov se murió de terror. Se transportó al muerto a una vasta habitación fría, que existe en todos los hospitales, destinada a tal fin; se le lavó y se le vistió con una levita negra, que se le abrochó sobre el pecho. Al día siguiente llegaron la madre de Petrov y su hermano mayor, un escritor muy conocido.

A los pocos momentos, Rojas, que parecía soldarse á los caballos que montaba, hasta formar un solo cuerpo con ellos, adivinó bajo sus piernas un estremecimiento de muerte. Sacó ágilmente sus pies de los estribos y se echó al suelo, al mismo tiempo que rodaba la pobre bestia, arrojando por el pecho un caño de sangre igual al chorro purpúreo de un tonel de vino que se desfonda.

, Lucía: quizás en este pecho mío, en apariencia tranquilo; bajo la inocencia y superficial sencillez de mis pocos años, van adquiriendo ya ser y vida vehementes y malas pasiones, como nido de víboras bajo apiñadas rosas. Lo conozco: mi madre tiembla por ; recela de mi porvenir, y tiene razón. Yo me examino, me estudio y me asusto.

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