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Fundándose en raíces de palabras, cuyos tallos nadie conoce, dicen algunos que el origen de la raza no va más allá de la primera colonia fenicia, y hay quien afirma que lo de Almendrilla viene de un enorme peñón, así llamado, que sobre la cabeza de los moros dejó caer un Tumbaga desde las fragosidades en que D. Pelayo rechazó a los hijos del África.

Océano era un viejo dios de luengas barbas y cornuda la cabeza, que vivía en una caverna submarina con su mujer Tetis y sus trescientas hijas las Oceánidas. Ningún argonauta se atrevía á ponerse en contacto con estas divinidades misteriosas. Sólo el grave Esquilo había osado representar á las Oceánidas, vírgenes verdes y sombrías, llorando en torno del peñón en que estaba encadenado Prometeo.

Fué él en los arsenales del desierto, cuando pasamos por el Canal de Suez; adelantándose en la proa de un barco mercante, cuando entramos en Malta, resbalando sobre las rosadas montañas de Sicilia y emergiendo de los mares que cercan el Peñón de Gibraltar.

Sin duda por esto le volvió la espalda, dirigiendo sus miradas más allá del peñón en que está asentada Mónaco. Eso es hermoso, profesor: uno de los panoramas más dulces que existen. Por algo viene aquí la gente de todos los extremos de la tierra. Fijó su vista en unas montañas de color violeta que avanzaban sobre el mar en último término, como el final de un mundo.

Poco después, al volver la punta de Algecíras, la mas avanzada de España en el Mediterráneo, perdimos de vista el golfo y el peñón de Gibraltar.

El otro fue a imitarle; pero ambos se detuvieron, sorprendidos, deslizándose luego peñón abajo... Había un herido. Maltrana se encorvaba con un pie entre ambas manos. Gómez pretendía sostenerlo; los padrinos corrían hacia él.

Llegaron, en estas pláticas, al pie de una alta montaña que, casi como peñón tajado, estaba sola entre otras muchas que la rodeaban. Corría por su falda un manso arroyuelo, y hacíase por toda su redondez un prado tan verde y vicioso, que daba contento a los ojos que le miraban. Había por allí muchos árboles silvestres y algunas plantas y flores, que hacían el lugar apacible. Este sitio escogió el Caballero de la Triste Figura para hacer su penitencia; y así, en viéndole, comenzó a decir en voz alta, como si estuviera sin juicio:

No si mi inclinacion hacia todos los débiles y proscritos del mundo me dominaba; pero sentía mas simpatía por los judíos, italianos y moros que por los ingleses mismos y los españoles. Y sinembargo, nada hay que haga resaltar tanto como ese áspero peñón de Gibraltar la gloria relativa de las libres instituciones y las costumbres hospitalarias del pueblo inglés.

En cambio, sin salir del mismo peñón, se descubrían al Norte, donde había poco sol, helechos de los países fríos, vegetaciones de los Vosgos, llegadas hasta allí nadie sabía cómo para arraigarse frente al Mediterráneo. Alicia, no queriendo aparecer menos instruída, habló de los jardines de San Martino. No los había visitado, pero sospechaba que estaban entre el Museo Oceanográfico y la Catedral.

Y Mónaco quedaba aislado dentro de Francia, con su soberanía bien reconocida; pero la tal soberanía no abarcaba mas que una ciudad única en la meseta de un peñón, un pequeño puerto y unos alrededores cubiertos de plantas parásitas: casi el terreno que recorre un burgués pacífico en su paseo después del almuerzo. ¿Cómo iba á sostenerse el minúsculo Estado?... El juego lo salvó.