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Actualizado: 17 de octubre de 2025
Aquello era más melancólico que las ruinas del otro gran convento hacinadas entre la hiedra. Una celda habitable y deshabitada representa, en efecto, algo más funesto y pavoroso que la destrucción. Los pedazos de mármol que acabábamos de ver parecían tumbas cerradas: las celdas del noviciado eran como lechos mortuorios ó ataúdes vacíos, de donde acababan de sacar los cadáveres.
Conque, ya sabes; si te viene un verso a la lengua, cierras la boca.» Mi padre padecía mortales congojas. Yo le veía trasudar. La nuez le sobresalía de modo pavoroso, como si los consonantes, contenidos y atragantados, le hicieran bulto desde dentro de la garganta y le fueran a estrangular. «Habla, hombre, habla; pero en prosa», le ordenaba la duquesa.
Había cumplido los cincuenta y ocho años y apenas hacía dos que mi tía había muerto. ¡Mi tía! ¡Ah, el corazón se me parte de pena al recordarla!... Una señora feroz, hija de un mayor de caballería que había servido con Rauch, que había heredado el carácter militar del padre, su fealdad proverbial, un gesto de tigra, y una voz que, cuando resonaba en el histórico comedor de su casa, hacía estremecer a mi tío, y el temblor de la víctima transmitía el fluido pavoroso a los platos y a las copas que se estremecían a su turno dentro de los aparadores al recibir en sus cuerpos frágiles y acústicos el choque de la descarga de terror conyugal.
Llegaban los malos momentos de los días de corrida; la incertidumbre de las últimas horas antes de marchar a la plaza. ¡Toros de Miura, y el público de Madrid!... El peligro, que visto de cerca parecía embriagarle, acrecentando su audacia, angustiábale ahora, al quedar solo, como algo sobrenatural, pavoroso por su misma incertidumbre.
La desgraciada no confesaba que se mataba; pero el significado de las últimas palabras parecía en ese momento más claro a Ferpierre: «Es preciso que la fe sea muy robusta y busque y halle un modo de afirmarse contra la duda triunfante... »La mayor tristeza consiste en tener que renunciar a la esperanza. »La última esperanza...» «...Al dilema pavoroso: vivir pecando, o...»
Desde la muerte de doña Brianda del Aguila permaneció sin abrirse, como esas salas de los cuentos orientales que encierran pavoroso misterio. Don Íñigo y su hija prefirieron, a su vez, otras estancias más fáciles de renovar.
Un problema negro, pavoroso se alzó delante de él. Clara. ¿Por qué había recibido la visita del marquesito? ¿Por qué se la había ocultado? Mucho menos que esto necesitaba su espíritu caviloso para lanzarse a todas las sospechas, a las hipótesis más graves. El corazón comenzó a palpitarle fuertemente, las sienes le latían como si su cabeza fuese a estallar: emprendió la carrera hacia su casa.
Las mejores páginas que Balzac, Dumas y Daudet consagraron á la descripción de este pavoroso estado de alma, son muy inferiores al cruel examen que Mirbeau hace del fatalismo trágico, ineluctable, de las pasiones infames. «El abate Julio» es el fracaso del sacerdote obligado, por sus votos, á no tener familia.
Apoyados con ambas manos en sus largos palos de avellano, inmóviles, las picudas monteras alzando sus puntas negras y siniestras á los resplandores de la hoguera, ofrecían un aspecto pavoroso. Si cupiera el pavor en un corazón magnánimo, diríamos que Quino lo había sentido.
Desesperantes, crueles los dolores de su vida, por su mente enloquecida pasan en negro tropel, y eterno, indeleble, horrible un pavoroso momento, en su corazon sangriento mantiene viva la hiel.
Palabra del Dia
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