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Actualizado: 17 de julio de 2025
El cristianismo no era ya para Gabriel más que una de las muchas manifestaciones del pensamiento humano, deseoso de explicarse la presencia del hombre en la tierra y el pavoroso misterio de lo que pueda existir más allá de la muerte.
Lóbrego y obscuro, como la luna de un espejo de acero, el pantano dormía, y las florecillas acuáticas se desmayaban en sus bordes. La voz de Artegui, más intensa que elevada, resonaba entre el pavoroso silencio. En el mal repetía , que por todas partes nos cerca y envuelve, de la cuna al sepulcro, sin que nunca se aparte de nosotros.
Pavoroso era el cuadro que el marqués dibujaba... Aislado el pobre rey, miraba sin cesar hacia la frontera, esperando la contestación a su discurso del 3 de abril que aún no había obtenido respuesta el 21 de junio. Sucedíanse las crisis ministeriales, frecuentes, periódicas, como calenturas de terciana, hasta engendrar un ministerio llamado de Santa Rita, por ser esta Santa abogada de imposibles.
Siguióse a éste una granizada de ellos entre los contendientes, con un pavoroso estruendo de ballenas y varillas de alambre que daba escalofríos al varón más arriscado. Muchos, que no se habían acordado siquiera de emitir su opinión sobre la dentadura de los reptiles citados, recibieron su parte alícuota de paraguazos, lo mismo que los que más habían esclarecido la cuestión con sus discursos.
Pacífico, amante del orden, enemigo de la grosería, toda revolución parece a Goethe un acontecimiento pavoroso. Los horrores de Francia le indignan y aterran. Y sin embargo, este conservador, este amigo de los poderes legítimos y justos, tiene fe en la libertad y en el progreso, y comprende la rebelión contra la tiranía y no cree en la duración de ningún gobierno tiránico y violento.
Doña Angustias continuó en su cacareo hasta que vió cumplida la terrible orden; y á la hora en que acostumbraban á recogerse, Clara fué llevada al presidio, que era un desván obscuro, fétido y pavoroso.
No hubo medio de que rompiese aquel mutismo pavoroso. Salieron, pasaron calles y plazas; él, cabizbajo y anonadado, delante; ella, implacable y rencorosa, detrás; ambos medio muertos, uno de miedo y otro de coraje, hasta llegar a la calle de la Pingarrona.
Revolvía los ojos con una expresión anonadadora al hablar de felonías y traiciones, como si dispusiera de horrorosos castigos para los culpables. Su voz adoptaba un tono pavoroso, y los dos contendientes ya no pensaron desde este momento en fijar bien su puntería ni en la posibilidad de ser heridos.
Pero en ese instante se desató de nuevo el maullar horrible y Paulino sólo pudo exclamar, con acento de terror: Niño, ¡es el amo viejo! ¡Vamos, vámonos de aquí! Y abandonamos aquel pavoroso recinto.
A medida que el pavoroso término avanzaba, las angustias de Beatriz hacíanse más incesantes, más intolerables, más mortales.
Palabra del Dia
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