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Actualizado: 9 de julio de 2025
En sus órbitas rodaron los ojos del xeque fiero; su diestra el brazo hechicero que las Gracias modelaron asió con fuerza brutal, y doblegando á la triste exclamó; Si no mentiste; si la humillante señal de los brazos de un insano, que atreviéndose á mi honor aprovechó tu pavor, mienten tambien; si es en vano
Y fue el primero la aparición de un extraño fenómeno a las puertas de Madrid, que vino a causar al marqués de Villamelón un pavor tan grande, como no lo causó nunca Catilina a las puertas de Roma, ni Mahomet II a las de Constantinopla, ni Isabel la Católica a las de Granada, ni Guillermo I a las de París. ¡La trichina!...
Pero el Mosco, de pronto, como si quisiera divertirse con su pavor, mostró empeño en llevarles a una expedición; y los dos amigos, por amor propio y que no se burlara de ellos, aceptaron la propuesta. ¡Adelante con la cacería! No iban a tener tan mala suerte que tropezasen con los guardas por ir al bosque una sola noche, cuando el Mosco llevaba meses y aun años sin verles.
25 No tendrás temor del pavor repentino, ni de la ruina de los impíos cuando viniere; 26 porque el SE
La sorpresa, el acento sarcástico y amenazador del clérigo, y la vista del bulto de don Segis, que permanecía a algunos pasos, inmóvil, como fuerza de reserva, infundieron tal pavor en Sinforoso, que en algún tiempo no pudo articular palabra. Sólo cuando el teniente avanzó hacia él un paso, logró decir: Tranquilícese usted, don Benigno. Yo no le he nombrado a usted.
Ellas podían salir á la calle escoltadas por un kepis galoneado que atraía las miradas de los transeuntes y los saludos de los inferiores. Cada vez que doña Luisa, aterrada por los vaticinios de su hermana, pretendía comunicar su pavor á la hija, ésta se revolvía furiosa: ¡Mentiras de la tía!... Como su marido es alemán, todo lo ve á gusto de sus deseos.
Un poco más tarde, Clara, que miraba con recelo aquel tragaluz maldecido, se estremeció con horrible sacudimiento, dió un grito muy agudo y sus ojos expresaron el pavor más grande. ¿Qué tienes, qué hay? dijo Lázaro con sobresalto. Clara, tal vez dominada por el miedo, había creído ver instantáneamente en el tragaluz los ojos vivos, la nariz puntiaguda de Elías Orejón, su tirano y protector.
Rosalía sintió secreto pavor al entrar en ella, y cuando Torquemada se le apareció, saliendo de entre aquellos trastos con un gorro turco y un chaquetón de paño de ala de mosca, le entraron ganas de llorar. «¿Y la familia?» le preguntó Torquemada al saludarla. No tiene novedad; gracias... replicó la dama sentándose en la silla que se le ofreció.
Giraba la llave bajo su mano, abríase la puerta de su camarote, cuando le vio avanzar con pasos quedos, que el tapiz del corredor hacía aún menos ruidosos. Mina se detuvo, llevándose una mano al pecho, conmovida de pavor y de sorpresa. Pero esta impresión duró poco. Se acordaba de que minutos antes había dado por perdido el amor de Fernando. ¡No hablarle más!... ¡Ver sus ojos fijos en otra!...
Al abrir el duque la puerta del camarín, retrocedió y tembló. Sintió pavor á impulsos de una impresión supersticiosa. Sentado en el sillón del duque, arreglando unos papeles, estaba el tío Manolillo. El camarín no tenía más entrada que aquella por donde había ido el duque: una reja le daba luz, y aquella reja tenía vidrieras de colores.
Palabra del Dia
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