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Actualizado: 9 de julio de 2025


Sola contestó que no había podido dormir en toda la noche, porque las cosas tremendas que contó Primitivo y los augurios que hizo llenaron de misterioso pavor su espíritu. Verdad era esto que dijo; pero también había influido mucho en su insomnio doloroso la brusca y radical mudanza en su destino, en sus ideas todas por la conversación que ella y su dignísimo protector tuvieron a orillas del río.

¡Era, , el Emperador mismo! ¡Parecía su estatua vaciada en bronce y roída por los siglos, como las que aparecen entre las cenizas de Pompeya! No infundía asco ni fúnebre pavor, sino veneración y respeto.

Aquel muchacho iba a perder lo único que tenía notable: el valor, el atrevimiento. Le habían visto encoger el brazo instintivamente en el momento de llegar al toro con el estoque; le habían visto ladear la cara con ese movimiento de pavor que impulsa a los hombres a la ceguera para ocultarse el peligro.

La deudora se avino a todo por perder de vista a las dos infernales mujeres que tanto pavor le causaban. La copa aquella estaba en la sala de doña Lupe; mas no se encendía nunca. Maximiliano sabía su procedencia, así como la de un bargueño y un armario soberbio que en la alcoba estaban.

Y el gigante, al reconocerle, volvió á su actitud tranquila. Fué para Flimnap una gran desgracia que los atletas de la servidumbre hubiesen abandonado la grúa monta-platos, pues se vió obligado á ascender por una de aquellas terribles rampas que le infundían pavor.

Ante el paso del gigante huían las gentes dando gritos. Sus pies sólo encontraban un desierto repentino, mientras á sus espaldas se iba levantando un bullicio enorme, pues el público se arremolinaba para seguirle entre vaivenes de audacia y de pavor. Aquella cárcel estaba guardada por una tropa numerosa, compuesta de mujeres flecheras y hombres barbudos de la policía montada.

Mis temores no fueron vanos, pues aún no estaba fuera la mitad de la tripulación cuando un sordo rumor de alarma y pavor resonó en nuestro navío. «¡Que nos vamos a pique!... ¡a las lanchas, a las lanchas!», exclamaron algunos, mientras dominados todos por el instinto de conservación, corrían hacia la borda, buscando con ávidos ojos las lanchas que volvían.

Algo tranquilizó á Clara el verse libre de aquel malvado; pero al pensar que no había podido adquirir noticia alguna de lo que buscaba; al verse en aquel callejón estrecho y obscuro, donde no aparecían indicios de vivienda humana; al considerar que por un extremo podía aparecer un hombre y por el otro extremo otro, avanzando hacia el centro y cogiéndola entre los dos, fué tal su pavor, que estuvo á punto de caer al suelo sin sentido.

2 y vuestro temor y vuestro pavor será sobre todo animal de la tierra, y sobre toda ave de los cielos, en todo lo que se moverá en la tierra, y en todos los peces del mar; en vuestra mano son entregados. 6 El que derramare sangre de hombre en el hombre, su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre.

De aquí vuelto en , después de gran rato y abriendo los oídos á aquel llamamiento de Dios, lleno de susto y pavor de que no le sucediese cosa peor, se dió á llorar amargamente su pecado; tomó en las manos el rosario que traía al cuello, empezó á pedir piedad y misericordia á Dios prometiendo ser totalmente otro en adelante, constante y leal en su servicio, y al punto puso en ejecución su propósito, retirándose al pueblo de San Francisco Xavier, porque no tuvo ánimo de volver á San Joseph y porque la vista de su amiga no le despertase el apetito.

Palabra del Dia

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