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Actualizado: 25 de junio de 2025
La unción de Paulita se comunicaba á las otras dos, y la misantropía amarga de Salomé se repetía igualmente en las demás. La alegría, el dolor, las alteraciones de la pasión y del sentimiento no se conocían en aquella región del fastidio. La unidad de aquella trinidad era un misterio.
Oían tres misas y parte de una cuarta. Si era domingo confesaban, y después volvían á casa, quedándose generalmente doña Paulita en el locutorio á hablar de las llagas de San Francisco. Después hacían labor. Una vez al año visitaban á cierta condesa vieja que las conservaba alguna amistad á pesar de la desgracia. Llegada la noche, rezaban á trío por espacio de dos horas, y después se acostaban.
Llegó con los años á ser la persona más desapacible y de trato más fastidioso que pudiera concebirse, ella que había tenido un carácter tan flexible, un trato tan amable, una manera de insinuarse tan suave y halagüeña. No así doña Paulita, que siempre había encontrado consuelos en la religión.
Señora dijo Lázaro, procurando dominar su situación, un triste suceso ... Doña Paulita está muy enferma ... Le ha dado un accidente. Estábamos hablando.... ¡qué conflicto! Ahora mismo, ahora mismo ha caído. ¿Pero ese dinero...? dijo Paz. Es suyo. ¡Suyo! exclamó la arpía con codicia. Y volviéndose á Salomé, que recogía el oro, añadió: Dámelo, dámelo; yo he de guardar eso. Yo lo guardaré.
Yo me levanto á la misma hora, hermana dijo la devota, Yo le proporcionaré á usted ocasiones á esa hora de entretener el entendimiento en cosas santas. A ver sí de aquí en adelante tiene cuidado de no decir esos terribles despropósitos que ahora ha dicho. No volverá dijo en un arrebato de amor al prójimo doña Paulita Yo sé que no volverá: yo confío en que será buena y obediente.
Júzgese lo extraño de aquella aparición y de aquella escena: Paulita, tendida, con los síntomas de un grave accidente; Lázaro, demudado y confuso; gran cantidad de monedas de oro, cosa desconocida en aquella casa, derramadas con abandono por el suelo, y las dos arpías en la puerta, mirándose como dos espectros.
Venía una deslumbrante señorita que atraía la admiracion de toda la plaza; el P. Camorra, no cabiendo en sí de gozo, tomó el brazo de Ben Zayb por el de la joven. Era la Paulita Gomez, la elegante entre las elegantes que acompañaba Isagani; detrás seguía doña Victorina.
Paulita sintió despecho y celos; ¿se enamoraría Isagani de aquellas provocadoras actrices? Este pensamiento la puso de mal humor y apenas oyó las alabanzas que doña Victorina prodigaba á su favorito.
¡Ahí! exclamó doña Paulita, después de concluir en voz baja un Padre nuestro; estas ideas del día ... ¡Jesús, qué sociedad! Pero todo se enmienda; y los más pecadores son los que más pronto salen de su error. Tráigala usted, don Elías, que yo confío en que esa desdichada entrará por el buen camino, y será una santa tal vez. ¿No lo fué María la Egipciaca?
Doña Paulita le inspiraba respeto y gratitud, pues no había oído jamás la menor recriminación en su boca, ni Clara le había dicho que tuviera queja ninguna de ella. El recuerdo de la escena y diálogos misteriosos ocurridos algunas noches antes, le puso muy pensativo.
Palabra del Dia
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