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Actualizado: 25 de julio de 2025


Ya más grandecita, manifestaba un vehemente horror á los saraos y á los teatros; lo único que pudo agradarla un poco fué una función de toros, á que la llevó su padre, gran aficionado. Solamente iba doña Paulita al teatro cuando se representaba algún auto en la Cruz por fiestas de Corpus, pero siempre iba con permiso de su confesor.

Paulita no contestó; y otro menos bruto que el Padre Silvestre hubiera comprendido que aquella extemporánea consulta teológica la contrariaba mucho en tal momento. El instinto femenino se sublevó allí contra toda la unción consuetudinaria de la santa.

La noche descendía poco á poco y con ella aumentábase la melancolía en el corazon del joven, que perdía casi la esperanza de ver á Paulita.

Recordó su cara aterrada, él que en todo conservaba su sangre fría y empezó á reflexionar. Una idea apareció clara á su imaginacion: la casa iba á volar y Paulita estaba allí, Paulita iba á morir de una muerte espantosa... Ante esta idea todo lo olvidó: celos, sufrimientos, torturas morales; el generoso joven solo se acordó de su amor.

La noche había obscurecido, y los ojos de Paulita, que siempre en momentos dados habían tenido brillo extraordinario, resplandecían aquella noche como dos ascuas fosforescentes, cuya luz hacían más penetrante y siniestra la obscuridad de sus párpados, ennegrecidos por el insomnio, la fiebre y la excitación moral de que estaba poseída.

No sabía qué hora era; pero el hambre le hizo comprender que era hora de almorzar. Abrió la puerta, dirigiendo una mirada á lo largo del pasillo y á lo profundo de la escalera, y el primer objeto que encontraron sus ojos fué la figura de doña Paulita que subía lentamente. ¿Ha descansado usted? le preguntó con voz menos nasal é impertinente que de ordinario. , señora: muchas gracias.

La administración se reducía á tomar las cuentas cada trimestre á dos colonos que cultivaban aquellas heredades. Ellas no eran niñas. La hermana del Marqués, llamada doña María de la Paz Jesús, pasaba un poquito más allá de los cincuenta, aunque se conservaba muy bien. Esta doña Paulita era una santa. Vivían humildemente, casi pobremente; pero con mucho arreglo.

¡Qué contrariedad! Tengo que verle hoy mismo. Tal vez venga á la hora de comer. No quisiera esperar; he de verle antes. Además, yo no como aquí; yo no vuelvo acá, señora ... Ahora me despido de usted para no volver más. Doña Paulita se quedó mirando al joven como si oyera de sus labios la cosa más inverosímil y más absurda. ¡Para no volver! dijo cerrando los ojos.

En esto entró la devota. Elías andaba por allí cerca. ¡Qué dirán si llevamos con nosotras á ese joven!... continuó Paz. ¿A ese joven? ... repitió Paulita. : ¿qué dirán? ¡Jesús! exclamó Salomé. Nada dirán manifestó la devota, mirando para otro lado. Es un servidor, un caballero que nos acompaña. Y, sobre todo, el mal está en las intenciones, no en las apariencias. ¿Qué pueden decir?

Paulita tenía su táctica; al darle las gracias se hizo la ofendida, la resentida, y delicadamente dió á entender que se estrañaba de encontrarle allí cuando todo el mundo estaba en la Luneta, hasta las actrices francesas... Me había dado usted cita, ¿cómo podía yo menos...?

Palabra del Dia

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