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¿Y no demuestra también la fuerza de la misma pasión? , es cierto; pero para saber por que partido debía por fin decidirse, es preciso que yo le exhorte a usted a ser sincero: ¿qué fue lo que le pidió usted, y hasta qué punto llevó usted sus demandas? Antes de poder contestar, tuvo Vérod que oprimirse la frente con ambas manos.

En la casa de D. Enrique vive también una dama joven llamada Clara, que, desde el primer instante, inspira á Macías la pasión más viva. El enamorado se informa del objeto de su pasión de un caballero de la corte, y oye de sus labios la respuesta siguiente: Doña Clara es mi prometida, la prometida de D. Tello.

Indudablemente tenía celos del público, y por lo mismo que el seductor puso empeño en alejar del pensamiento de la mujer toda idea de pasión exclusivamente sensual, la mujer se obstinaba en persuadirse de que, no sólo con sus perfecciones morales, sino también con sus encantos físicos, le había enamorado.

En torno de su cabeza retocada por la tintura y el colorete, parecía flotar con un nimbo aquella leyenda de triunfos galantes que evocaba su nombre. Las grandes damas disputándosele con sorda guerra; una reina escandalizando a sus súbditos con su ciega pasión por él; dos divas eminentes vendiendo sus diamantes por conservarle fiel en fuerza de regalos.

Era para ella una emoción deliciosa oírse consultar sobre la remota pasión de aquel antepasado. De todos modos volvió a sugerir Carmen el amor en los tiempos de abuelita tenía algo de más romántico, de que yo... Era posible entregarse completamente a la ilusión divina... Hoy también murmuró Laura a media voz. ¡Oh!

De repente el macho, supongo que será el macho, tiene una idea, un remordimiento, improvisa una pasión que está muy lejos de sentir, y besa a la hembra, y hace la rueda y canta el rucutucua y se eriza de plumas.... Ella, sorprendida, sin sacudir la pereza corresponde con tibias caricias, y a poco, ambos fatigados, soñolientos, encontrando en la molicie de mojarse inmóviles, inflados, mayor voluptuosidad que en los devaneos, vuelven a su quietismo, tranquilos, sin rencores, sin engaño, sin quejarse de la mutua displicencia. ¡Racionales palomas!

Antes que todo, la excusa del amor es amar, pero la profusión venal de las ternuras del señor de Bevallan excluye toda apariencia de arrebato y de pasión. Tales amores no son ni aun faltas, pues no tienen el valor moral de tales, no son sino cálculos y apuestas de chalán embrutecido.

Como le escribía esas cartas y como después me mostraba tan insensible y tan rara, usted mismo se avivó una pasión que tal vez no hubiera nacido nunca o se hubiera apagado pronto si yo me hubiese mostrado más sencilla, más vulgar, como realmente lo soy. No concibo tampoco que usted pueda quererme; se ha enamorado de una ficción, de un fantasma.

Pero llegaba tarde; ahora sólo quería vivir. ¡Qué horror! ¡las emociones de la pasión en un ambiente mezquino, en aquel mundo pequeño de curiosidades y maledicencias! ¡Ocultarse como criminales para quererse! ¡Ella, que gustaba del amor al aire libre, con el sublime impudor de la estatua que escandaliza a los imbéciles con su desnuda hermosura! ¡Verse roída a todas horas por la murmuración de los tontos, después de haber dado su cuerpo y su alma a un hombre! ¡Sentir en torno el desprecio y la indignación de todo un pueblo que la acusaría de haber corrompido una juventud, separándola de su camino, alejándola para siempre de los suyos!

Como un relámpago acudió a mi mente el recuerdo de su negativa de perseguir y castigar a este hombre infame por el cobarde atentado contra su vida, y la razón se manifestó entonces clara y concluyente. ¡Era su esposa! El solo pensamiento me produjo un espasmo de celos, dolor y odio, porque la amaba con toda la pasión sincera y honrada de que es capaz un hombre de bien.