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Actualizado: 2 de julio de 2025


Transcurrió una hora sin que ocurriese en el buque nada extraordinario. Abajo en el comedor retiraban los sirvientes las mesas, preparando el salón para el baile. Las máscaras paseaban por la cubierta. Sus dos calles parecían las de una ciudad en Carnaval. El señor disfrazado con el salvavidas tomaba su café tranquilamente, sin abandonar el caparazón de corcho.

Y los dos paseaban perdidos en los bosques. ¡Ay! no, no perdidos, y era lástima. ¡Qué hermosura, un paseo sin fin por alguna selva virgen del Nuevo Mundo, cuyo recogimiento misterioso no fuese turbado por la irritante llamada de la trompa!... Aun conteniendo los caballos, como hubieran querido contener el instante fugitivo, tenían necesidad de dirigirse hacia la cacería... Los dos jóvenes no participaban del entusiasmo de Alfredo de Vigny: Me gusta el son de la trompa en el fondo de los bosques.

En uno de los grupos, con las piernas encogidas, las espaldas dobladas y la pipa en los labios, se encontraban Materne y sus dos hijos. De vez en cuando, Luisa aparecía en la puerta de la granja, y en seguida entraba de nuevo para recomenzar la labor. Un apuesto gallo escarbaba en el estiércol y cantaba con voz ronca; dos o tres gallinas se paseaban entre la maleza.

De vez en cuando, el rostro lívido de aquél aparecía en la ventanilla, y sus ojos negros y hundidos paseaban una mirada angustiosa y feroz por la multitud; pero inmediatamente se dejaba caer hacia atrás, escuchando el incesante discurso del sacerdote. El cochero, enmascarado como un lúgubre fantasma, animaba al caballo con su látigo, conduciéndolo hacia el suplicio.

Fue el doctor a visitarla, preguntó cuanto creyó conveniente, hizo los reconocimientos propios del caso, infundió ánimo en el abatido espíritu de aquella señora, que además de joven era hermosa, y luego, llegada la noche, y en vista de las reiteradas súplicas que Molínez le hizo para saber el verdadero estado de su mujer, le habló de este modo mientras paseaban por el jardín del balneario.

Tal vez no tardase en hacer uso de su «herramienta». Recordó á varios individuos que en los días anteriores paseaban lentamente por el muelle examinando el buque, espiando á los que entraban y salían. Si alcanzaba á verlos de nuevo, se echaría fuera del vapor para decirles dos palabras. No hagas nada ordenó Ferragut . Yo me ocuparé del asunto. Todo el día estuvo preocupado por la noticia.

Don Fermín estaba como aterrado, pendiente el alma de los vaivenes de aquel borracho, de las palabras que más eructaba que decía: «¿Podía una copa de cognac, una comida algo fuerte, un poco de Burdeos, producir aquella irritación en la conciencia, en el cerebro o donde fuera?». No lo sabía, pero jamás la presencia de una de sus víctimas le había causado aquellos escalofríos trágicos que se le paseaban ahora por el cuerpo.

Además, el buque seguía lanzando cada medio minuto un bramido indicador de su presencia. Y paseaban por la cubierta con cierto entorpecimiento, con una sensación de extrañeza en los pies, que ya estaban acostumbrados a la movilidad del suelo.

Su sonda, de cuatro cuartas; y á la parte del S está una vistosa isleta, llena de árboles y laureles y otros árboles: tenia esta isleta como una legua de largo. Observamos ser tanta la copia de tigres este dia, que de cinco y de seis paseaban las riberas.

Por la tarde de aquel mismo día las acompañé mientras paseaban el agua por la galería, y charlamos animadamente con la mayor confianza, lo mismo que si nos conociésemos desde larga fecha. Tal milagro en cualquier otro punto del globo, es cosa corriente en Andalucía, donde el trato y la confianza son cosas simultáneas.

Palabra del Dia

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