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Actualizado: 30 de junio de 2025


Julio reconoció á Berta, que movía una mano, pero sin verle, sin saber en qué remolcador estaba, por una necesidad de manifestar su agradecimiento á los dulces recuerdos que se iban á perder en el misterio del mar y de la noche. «¡Adiós, consejeraEmpezó á agrandarse la distancia entre el trasatlántico que partía y los remolcadores que navegaban hacia la boca del puerto.

Más de una hora llevaban los versolaris lanzándose razonamientos de balcón á balcón. Ahora eran cuatro los contendientes y la muchedumbre volvía sus cabezas á un lado ó á otro, según el sitio de donde partía la voz.

Sentéme al cabo del poyo y, porque no me tuviese por glotón, callé la merienda; y comienzo a cenar y morder en mis tripas y pan, y disimuladamente miraba al desventurado señor mío, que no partía sus ojos de mis faldas, que aquella sazón servían de plato. Tanta lástima haya Dios de como yo había dél, porque sentí lo que sentía, y muchas veces había por ello pasado y pasaba cada día.

Mi tía, que no era mujer de esperar, se puso también en marcha hasta la bocacalle y me arrastró consigo. En una vieja casa de la vereda norte de la cuadra de Victoria entre Bolívar y Perú se agolpaba la muchedumbre, y de cuando en cuando un cohete volador que partía desde el interior de la casa, atronaba los aires.

Habíase con él desembarcado Alguna de la gente que venia En el navío á vueltas: un soldado, Por no que temor, de él se huia: Por engaño y palabras ya tornado, En dos partes por medio le partia, Y cuelga la mitad con la cabeza En un palo, y en otro la otra pieza. El piloto mayor, y marineros Al viento dan las velas, temerosos De ver aquestos locos desafueros, Y al Paraná se vienen recelosos.

Ketty le contó paulatinamente a Elisa, con esa mezcla de pudor y de intrepidez, que es uno de los hechizos de las de su raza, que sentía una tierna inclinación por el marqués, pero que, al mismo tiempo, estaba convencida de que aquél era totalmente indiferente hacia ella, por cuya razón partía desesperadamente.

El piano continuaba lanzando magníficas pero fugitivas armonías, como si obedeciese a una mano distraída, pero maestra: yo me acercaba todo conmovido, trémulo, desconcertado hacia el lugar de donde partía el sonido, y como si aquel sonido hubiera sido el medio de una atracción irresistible.

Cierta mañana Pedro recibe de su amante este billete: «Te conjuro a partir para Glion. La señora de Aymaret está allí todavía. Confíaselo todo. Dile que me otorgue su perdón, que el dolor me vuelve loca, que la esperoAlgunas horas después el marqués partía para Suiza.

Aquel famoso anillo que pinchaba al príncipe toda vez que olvidaba sus deberes para entregarse al placer, yo me pregunto si lo pinchaba vivamente cuando partía para la caza, o bien si le hacía entonces una leve picadura y no lo hería en carne viva sino cuando la cacería había terminado hacía tiempo y la esperanza, replegando las alas, miraba hacia atrás y se convertía en placer...

En cuanto al español, le creo un don Quijote, protector de desvalidos, con sus ribetes de San Martín, que partía su capa con los pobres: esto, unido a su talante altanero, a sus miradas firmes y penetrantes como alambres, y a su rostro pálido y descolorido, a manera de paisaje en noche de luna, forma también un conjunto perfectamente español.

Palabra del Dia

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