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Actualizado: 30 de junio de 2025
Hubiérase quedado allí de buena gana para dar calor á la buena voluntad de los Zamucos si hubiera llevado consigo los ornamentos sagrados y el altar portátil, aunque le fuese forzoso sufrir muchas incomodidades, y no tener otra cosa para comer que agua y algunas raíces de yerbas silvestres; por esta causa se hubo de despedir de ellos y volverse por entonces con igual sentimiento y dolor del que se partía y de los que se quedaban.
De repente sus ojos se detuvieron en un objeto que en el suelo yacía. ¡Cielos!... Migajas exhaló un rugido de dolor, y cayó de rodillas. Allí, tendida como un cadáver, los vestidos rasgados y en desorden, partida la frente alabastrina, roto uno de los brazos, desgreñado el pelo, estaba la señora de sus pensamientos ¡Lastimoso cuadro que partía el corazón!
La República era solicitada por dos fuerzas unitarias: una que partía de Buenos Aires y se apoyaba en los liberales del interior; otra que partía de las campañas y se apoyaba en los caudillos que ya habían logrado dominar las ciudades; la una, civilizada, constitucional, europea; la otra, bárbara, arbitraria, americana.
Además, el dulce nido no estaba allá, tras los mares, entre el estruendo de París, sino a la espalda, en la tendida sabana, al pie del Monserrat. El Confianza, el más rápido de los vapores del Magdalena, partía a la mañana siguiente. Esa misma tarde nos instalamos todos a bordo.
Allí concertaron que el capitán y Zoraida se volviesen con su hermano a Sevilla y avisasen a su padre de su hallazgo y libertad, para que, como pudiese, viniese a hallarse en las bodas y bautismo de Zoraida, por no le ser al oidor posible dejar el camino que llevaba, a causa de tener nuevas que de allí a un mes partía la flota de Sevilla a la Nueva España, y fuérale de grande incomodidad perder el viaje.
¿Lo oís, panolis? exclamó el valentón . Mirá cómo un cabayero que lo sabe too encuentra que mi idea es güena... Pero si es que os fartan riñones pa sacarle el dinero a un rico, poemos hacer la partía pa perseguir a los indios. Allá hay muchos, ¡muchos!
Decía que estaba preso por liberalidades; y, entendido, eran de manos en pescar lo que topaba. Este había sido más azotado que postillón; no había verdugo que no hubiese probado la mano en él. Tenía la cara con tantas cuchilladas que a descubrirse puntos no se la ganara un flux. Tenía menos las orejas y pegadas las narices, aunque no tan bien como la cuchillada que se las partía.
Me quedé un rato más y tomé una taza de té con él; pero a las cuatro y media entraba en el expreso y partía para Londres, decepcionado de mi viaje completamente estéril. Dado lo que me había explicado, el secreto se hacía más impenetrable e inescrutable que nunca. La señorita Blair, señor me anunció Glave al día siguiente, un poco antes de las doce.
Volvióse hacia el sitio de donde éste partía, y vió que se había caído la parte flaca de la pared del huerto antes citado. Como el suceso tenía muy poco de particular, no le llamó la atención: lo extraño para él era que semejantes muros resistieran un día en posición vertical. En esta inteligencia, siguió su camino y llegó á casa del mayorazgo, á quien encontró esperándole para comer.
Desgraciadamente para las dos hermanas, Yégof había establecido hacía muchos años su residencia de invierno en la caverna de Luitprandt. De allí partía en la primavera para visitar sus innumerables castillos y pasar revista a sus leales hasta Geiersteid, en el Hundsrück.
Palabra del Dia
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