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Actualizado: 28 de junio de 2025


Para hablar al Señor Condestable a... de noviembre 1597. Lo que se dice que yo he escripto a Inglaterra de Paris . Lo que se puede juzgar por otras cosas q. se han entendido, que yo comuniqué al señor Condestable, sin saber aún de esto nada. Vengo á un punto muy considerable: es a saber, lo q. vn ministro dixo a Virginio Ursino, segun él refirió, tratando de aquellos sus designios.

Las dos personas que en París se interesaban por el marqués, a saber: Beatriz y la señora de Aymaret, estaban consternadas con la divulgación de tales desfavorables hablillas, pero habían acabado por engañarse a mismas, conviniendo que aquellas voces no eran más que el despecho de la envidia impotente.

Le roman d'un jeune pauvre, cuya versión castiza ofrecemos en este volumen á los lectores de la Biblioteca, apareció en París en 1857.

El hombre, obrero de París que tal vez cantaba un mes antes la Internacional, pidiendo la desaparición de los ejércitos y la fraternidad de todos los humanos, iba ahora en busca de la muerte. Su mujer contenía los sollozos y le admiraba. El cariño y la conmiseración le hacían insistir en sus recomendaciones.

En los primeros días del año 1873, el Vizconde de Goivoformoso vino a París a pasar una larga temporada.

Contemplaba á todas horas lo que él debía haber hecho en su juventud y no quiso hacer. Los veteranos del 70 iban por las calles exhibiendo en la solapa su cinta verde y negra, recuerdo de las privaciones del sitio de París y de las campañas heroicas é infaustas. La vista de estos hombres satisfechos de su pasado le hacía palidecer. Nadie se acordaba del suyo; pero lo conocía él, y era bastante.

Así se amaron, así se casaron, y el «todo París» se levantó una mañana dos horas antes que de costumbre para asistir á una ceremonia nupcial adornada con la presencia de todos los poderosos de la industria y un sinnúmero de personajes políticos, amigos del abuelo de la desposada. El amor idílico de los recién casados no ofrecía dudas.

Don Marcos se ha casado. Pocas semanas después de marcharse el príncipe, un gran cambio se realizó en su existencia. Villa-Sirena era ya de aquel nuevo rico, constructor de autocamiones y aeroplanos, que también había comprado el palacio de París. El coronel, al darle posesión, sólo se acordó de alabar los méritos del jardinero y su familia.

Comenzando a contar por los balcones de la fachada principal, que eran otros tantos «coches parados» a ciertas horas de la tarde, en aquel edificio había estimulantes para todos los gustos de los concurrentes desocupados: revistas verbales de paseos, salones y espectáculos..., se entiende, de lo tocante a las hermosas damas de «su mundo» que se hubiesen exhibido en ellos; murmuraciones subsiguientes con ampollas; lecturas breves, bien ilustradas y muy picantes; El Fígaro de París, con sus crónicas escandalosas del demi-monde, por Gacela; la esgrima del florete, de la espada o del sable, no como ejercicio higiénico, sino como artículo de posible necesidad entre gentes que vivían a dos pasos del campo del honor; para el que fuera inclinado a los placeres del estómago, el restaurant: los licores, los vinos exquisitos, las pastas más regaladas..., cuanto se pidiera por la boca; para los temperamentos profundamente enervados por la holganza regalona, el juego; si no entretenían bastante el tresillo o el ecarté, el monte o el bacarrat o el treinta y cuarenta; si abundaba el dinero en casa, para que la emoción resultase, se apuntaba fuerte; y si no lo había y apuraban los compromisos, fuerte también para salir de ellos cuanto antes, o acabar de hundirse en la ruina; en efectivo, si lo había a mano; o en cosa que lo representase, si quedaba crédito bastante, en opinión de aquellos caballeros que se agrupaban allí para desplumarse mutuamente con todas las reglas y cortesías del oficio; para el gomoso enamorado o el hombre presumido, si tenían en poco la librea de la sociedad para ponerse en pública exhibición, estaría a la puerta de la casa y en hora conveniente el exótico cuartago con el blasón de familia en cada metal de sus arreos, en el cual bucéfalo cabalgaría el elegante para dirigirse al Retiro, medir aquella pista a zancadas unas cuantas veces, y desfilar al anochecer por la Castellana a medio galope de podenco; y lo que digo del caballo acontecía con el coche.

Hablábase entre dientes, por los salones, de ciertas cenas semanales donde se reunían con el marqués y sus amigos esas mujeres sin principio que París ve girar cual estrellas errantes entre los confines de la buena sociedad y de la sociedad dudosa, no faltando quien asegurara que de aquellas personas, algunas eran llevadas a tan orgiásticos festines por sus mismos maridos, lo que hace de tales entes el más cumplido elogio.

Palabra del Dia

rigoleto

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