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Actualizado: 28 de junio de 2025
Cierta vez que el médico, cansado de la monotonía de su existencia, se divirtió en propagar el budhismo entre los rudos contratistas y hasta intentó algunas ceremonias del culto indostánico, á estilo de las que había presenciado en el museo Guimet de París, el cura no manifestó indignación, «Bah; cosas de don Luis; chifladuras de los sabios: ya se cansará.» Para él, la religión verdadera no decrecía ni experimentaba quebranto alguno mientras se celebrasen bautizos, casamientos, y, sobre todo, entierros, muchos entierros.
«Querida Pepita: Quedé en escribirte desde París, pero no puede ser, porque no he ido aún a París. Te escribo desde Madrid. Y quiero contarte muchas cosas. Aquí yo hago una vida terrible. Sabrás que emborrono todos los días un fajo de cuartillas. No me levanto muy temprano; me acuesto tarde.
25 de diciembre de 1819. Esta mañana ha marchado Alfonso: he notado que estaba muy triste. El señor barón de Mounier, que le aprecia mucho, le ha escrito que vaya inmediatamente a París, porque tiene alguna esperanza de hacerle entrar. 6 de enero 1820
Aquel es un verdadero museo de provincia, si se le compara con los de Lóndres, Paris, Berlin y otras grandes capitales, pero es completo y esmerado y hace honor á la opulenta metrópoli del Ródano, como á la Francia,
A esto respondió con la mayor frescura: «Ya veis que no necesito ir a París para que me aplaudan; y aplausos por aplausos, más quiero los de mi tierra que los de los franceses.» ¿Eso dijo? preguntó el general , ¿quién habría pensado que esa mujer dijese una cosa tan racional?
Arturo se encontró un día con el señor de Courval, el que tan notablemente se había portado con nosotros. Vivía de ordinario en provincias, y se encontraba por casualidad en París. El Conde le estrechó la mano, dándole gracias por su honrado proceder, precisamente en el momento en que aquél se disculpaba, confesándose en extremo apurado, para cumplir los compromisos que tenía pendientes.
Entonces mi mujer me preguntó por qué me reia, y yo la conté el lance, que la hizo reir tambien. No comprendo por qué; pero ello sucede que, las cosas más graves son las que nos causan más risa. Yo no pude menos de poner en verso esta peregrina aventura, aunque en Paris no tiene nada de peregrina, ni de extraordinaria.
Las caras de los que volvían del entierro, demostraban bien claramente que no se habían conmovido mucho con la ceremonia. Don Benito me propuso ir a comer al Café de París, después de mudarnos el traje negro, y yo acepté.
¡Tú eres mi hijo, mi hijo! No eres tú, es mamá Germana. ¿No tienes otra madre? Sí; mamá Nera. Está en casa mamá Vitré. Para él todas son madres suyas menos yo. ¿No recuerdas haberme visto en París? ¿Qué es París? Yo te daba bombones. ¿Dónde están tus bombones? Vamos, los niños son hombres pequeños; la ingratitud les brota con los dientes. Marqués de los Montes de Hierro, escúchame bien.
Cuando enero se aproxima, sobre todo, los millares de naranjas esparcidas por las calles, todas esas cáscaras arrojadas en el barro del arroyo, hacen pensar en algún gigantesco árbol de Navidad que sacudiese sobre París sus ramas cuajadas de frutas artificiales. No hay rincón alguno donde no se vean.
Palabra del Dia
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