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Actualizado: 1 de junio de 2025
El subteniente se marchó, y toda la familia, después de este período de realidades, tuvo que volver á las caricias engañosas de la ilusión y la esperanza, aguardando la llegada de las cartas, haciendo conjeturas sobre el silencio del ausente, enviándole paquete tras paquete con todo lo que el comercio ofrecía para los militares: cosas útiles y absurdas. La madre cayó en un gran desaliento.
A eso de las diez salió Fortunata para llevar a Ballester el paquete de sustancias venenosas. «Ahí tiene usted la que nos preparaba su amigo le dijo con desabrimiento . ¡Vaya un cuidado que tiene usted! Vea lo que llevó a casa...». Ballester examinaba las terribles drogas... Después se puso muy serio: «Ese tonto de Padillita tiene la culpa. No sé cómo le permitió andar en esto.
Sanabre hablaba conmovido de la ansiedad con que aguardaba las cartas de Pepita; cómo las leía y releía; cuántas veces en mitad de su visita á los talleres, acometía su recuerdo la duda de una palabra, la sospecha de que tal párrafo envolvía cierta frialdad, y volaba de nuevo á su despacho, para deshacer el paquete amoroso, examinando atentamente la letra amada, como un jeroglífico que ocultaba su felicidad.
Usted, señora mía, tomará lo que le den... Vamos, Feli, págale a esta buena mujer, ya que eres el ama del dinero.... ¡Pues poco bonita que va a estar mi nena cuando meta en estas envolturas de colores sus pantorrillas de diosa!... Se alejaron del corro, llevando ella el regalo en un paquete.
Un día, al volver a casa, me encontré con que habían dejado un bulto para mí. Era una caja de unos veinte centrímetros en cuadro, muy empaquetada y llena de sellos de lacre. ¿Qué es eso? me dijo mi madre. No sé. ¿Has pedido algo? Yo, no. Pero, ¿esperas alguna cosa? Ninguna. Desaté el paquete, le quité el papel, y apareció una caja de metal con su asa, y en ésta una llave sujeta por un cordón.
A la tercera, Fortunata había salido. Dos horas después entró, trayendo un paquete en la mano. «¿Que de dónde vengo? Pues de comprar unas cosillas. ¿No me dijiste que querías una corbata? Mírala». Una noche entró Maximiliano bastante excitado. Le tomó la mano a su mujer, y haciéndola sentar a su lado, le dijo a boca de jarro: «Hoy he conocido a ese pillo que te deshonró».
Andaba la viuda de Fenelón a buen paso, sin mirar para ninguna parte, y llevaba en la mano un paquete, alguna obra tal vez para trabajar en su casa el día siguiente, que era domingo, y domingo de Ramos por más señas. Como iba más aprisa que él, pronto se aumentó la distancia que les separaba.
Tomó al gato con infinitas precauciones y lo depositó sobre él. Luego, sacando del bolsillo un paquete de vendas, se puso a liarle la pierna rota con la delicadeza de un cirujano. El gato le dejaba hacer como si entendiese que de aquello dependía su salud.
Brilla en su cerebro la eterna, la incomparable belleza intelectual, y podría contestar como Ricardo Gutiérrez, un día, en Italia, a un amigo que le criticaba su indiferencia por el corte de una levita... «Yo soy paquete por dentro». Pombo es bello por dentro, por la elevación suprema de su espíritu y la dulzura de su carácter...
Entró en su casa tarde, cargada de compras, porque añadió a las indicadas arriba dos cucuruchos con orejones y galletas para obsequiar a D. José Relimpio. Con tanto paquete entre las manos se le ajaron las rosas.
Palabra del Dia
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