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El público sensato se mostraba descontento, los alabarderos aplaudian más furiosamente á medida que perdian la esperanza de vencer en aquella jornada, y su jefe, harto ya de oir los dicterios que contra la pieza proferia el más procaz de los habitantes del nido, encaróse con él, y díjole: «¿Cuántos años tiene usted, caballerito?» «Quince, para servir á ustedcontestó el interrogado con un aire que desmentia lo compuesto de las palabras. «Y ¿no le gusta á usted esta obratornó á preguntar el jefe de alabarderos. «, señortornó á contestar aquél, y añadió acto contínuo: «Y á usted ¿le agrada?» «A me parece una obra muy aceptablerepuso el imprudente amigo de la empresa.

¿Quién...? ¿él? ¡Estaban frescos! Allí no se daban más copas. Le desacreditaban el establecimiento con sus feas palabras; los guardias le tomarían ojeriza por consentir en su casa tales blasfemias contra la excelentísima corporación, y además esto era lo principal , conocía de antiguo a aquellos parroquianos, que, cuando se alumbraban de veras, costaba un disgusto sacarles el dinero.

Se avivó la expresión de desconfianza en la cara de Muñoz. No, no importa, dijo apresuradamente Julio. Y hundiéndose en el sillón, continuó, como abstraído: Ninguna mujer como la porteña, suele tener el alma tan lejos de su apariencia, tan distraída de sus actitudes, de las palabras que dice, de su mismo carácter, tan recogida, por decirlo así, en una oscura vida interior.

Increíble fué el júbilo que tuvo el santo varón, no cesando de dar gracias, y exhortándonos con las lágrimas en los ojos á que hiciésemos lo mismo, entonó las letanías de Nuestra Señora; y llegando poco después al lugar donde el día antecedente había dicho misa el P. Juan Bautista de Zea, nos juntó á todos, y más con lágrimas que con palabras, nos agradeció tantos trabajos como habíamos pasado por él, y que toda su vida se acordaría de nosotros.

Ferragut, al oír las últimas palabras, sacudió su inmovilidad. Una voz maliciosa cantó en su cerebro: «¡Ya van tres!...» Le vi moribundo continuó ella en una cama de hotel. Tenía una mancha roja como una estrella en el vendaje de su frente: el agujero del pistoletazo.

Aun en castellano había parrafillos que no comprendían los corresponsales de acá, no por las palabras, sino por los conceptos. Eran alusiones disimuladas y de mucho artificio que iban derechas al corazón y a los recuerdos de Bonis. Este, a pesar de sus remordimientos, escribía de tarde en tarde a Serafina, que se lo había exigido.

717 Y si atienden mis palabras no habrá calabozos llenos; manejense como güenos; no olviden esto jamás; aqui no hay razón de más; mas bien las puse de menos. Quien ha vivido encerrado poco tiene que contar. 719 Lo que les voy adecir ninguno lo ponga en duda: y aunque la cosa es peluda, hare la resolución; es ladino el corazón, pero la lengua no ayuda.

No me causó vacilación aquel flujo de palabras, pero acabé por escucharlas. La afectuosa exasperación de Oliverio actuó como un calmante sobre mis nervios, espantosamente excitados y templó su tensión. Le pedí que me perdonara aquel arranque, efecto de mi estado de aturdimiento, asegurándole que en mis palabras no había ni asomos de desconfianza.

Burton Blair era un hombre raro, tanto en actos como en palabras, muy reservado en sus asuntos particulares, y, sin embargo, aunque parezca bastante extraño, cuando la prosperidad le sonrió, convirtiose en un príncipe de bondad y de nobleza. ¿Pero quiénes eran sus enemigos? le inquirí. ¡Ah! eso también lo ignoro completamente respondió.

Á ellas hacen sin duda alusión las palabras del Almirante: la de atavío debe referirse á las pavesadas de paño colorado que ponían los bajeles de la época en las bordas y alrededor de la gata ó cofa, en fiestas y combates, según se ve en varias pinturas, singularmente en una de la iglesia de Zumaya, en que se representa combate de naos castellanas y portuguesas .