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¡Oh!... ¿Mi genio? exclamó la otra muy sorprendida. , su genio he dicho... Ya sabe usted que esas cosas no pueden ocultarse... Su paisana, madame Staël, lo dijo: donde hay genio, brilla. ¡Oh!... El marqués de Sabadell prosiguió Currita, dejando caer lentamente las palabras me enseñó aquel ramito de camelias que... le envió usted hace tiempo... ¡Es un quadretto delicioso!

La imprevista anagnórisis, como el Barón la llamaba, fue solemnizada con un exquisito petit diner fin en que se lució mi cocinera, cordon bleu de primera fuerza, y brindamos los tres a la persistencia del santo lazo recién descubierto y reanudado, primero con Chateau Iquem, y a los postres con tintilla de Rota, mi casi paisana.

Procuraba el bueno de Frasquito tranquilizarla, pero inútilmente. Y el desteñido viejo tenía que callarse cuando su paisana le decía: «¡Pero si nunca ha pasado esto; nunca, querido Ponte! Ni una sola vez ha faltado de casa en tantísimos años».

El domingo siguiente, por la mañana, marchaba yo a casa de doña Hortensia, por las calles de Cádiz. Iba con el corazón en un puño. Temía que me recibieran mal o fríamente; pero no: mi paisana y su hija Dolorcitas me acogieron con grandes extremos de amistad. Estaban preparándose para ir a misa, y yo las acompañé hasta una iglesia próxima.

Dejándolos luego exclamó: ¡Traedme mi vestido! ¡Traedme mi dengue, mi saya de estameña, mis corales!... ¡No quiero más estos trapos! Y con tal ímpetu comenzó á despojarse de su rico traje que en vez de quitárselo lo desgarraba. La seda crujía entre sus dedos robustos de paisana. Al cabo entró en su cuarto y pocos instantes después salió vestida de aldeana.

Ojeda ocupó una mesa en la terraza de fumadero con su compatriota Conchita. Paisana, vamos a llegar había dicho al verla . Permítame que la invite a tomar algo. Celebremos el buen viaje. Ahora que se veía sin amistades femeniles gustábale conversar con la graciosa madrileña, a la que apenas había prestado atención en los días anteriores.

Van vestidas como siempre, para que conste que no desean llamar la atención. Algunas no se han peinado siquiera y llevan la cabeza oculta en un turbante de velos. Además, guardan lo mejor del equipaje para sus empresas de tierra firme... Con ellas está Conchita, una paisana nuestra, una madrileña, que come estirada y seria, pues la pobre sólo puede entender por señas a sus compañeras.

Observamos que de la parte de las Tullerías bajaba un carruaje, en cuyo torno se agrupaban los transeuntes, nos aproximamos y no tardamos en distinguir á nuestra paisana, que venia, sola con su hijo. La antigua condesa de Teba es una fisonomía delicada, noble, bella y majestuosa. Indudablemente es uno de esos tipos privilegiados, capaces de inspirar una pasion profunda.

Agregad á eso un lindo chal de listas azules atado al cuello en forma de corbata con el nudo atras, una rosa natural prendida del borde superior del corpiño, un espeso moño de hermosas trenzas ceñido por una ancha cinta negra en forma de corona, dos redes de seda negra en los brazos atadas con cintas arriba de los codos, bajando hasta los puños y dejando ver la redondez y la frescura de esos miembros, y en fin un par de botines calzando sencillamente dos piés enanos: agregad esos pormenores, digo, y tendreis completo el atavío de una paisana de Interlaken.

Al lado de la cascada, entre ella y el grueso torrente del Dard, reside durante el verano una pobre paisana, en una humilde choza situada como un mirador sobre el alto peñascal, Su oficio es vender á los excursionistas algunos ligeros comestibles y refrescos y esa multitud de pequeñas curiosidades artísticas, vegetales y minerales que aparecen reunidas en modestos museos en todos los sitios concurridos de Saboya y Suiza.