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Actualizado: 14 de junio de 2025
Diríase que la Providencia cristiana, no menos caprichosa a veces que la pagana Fortuna, se había propuesto abrumarle de bienes positivos, negándole los que su corazón apetecía, y le colmaba de frutos riquísimos sin dejarle ver y gozar la flor hermosa del amor. Desde la visita al palacio de Aransis empezó la tal Providencia a divertirse con él.
En la vegetación de estas regiones, decíamos, es donde se verifica la alegoría pagana del terrible castigo de Prometeo, ó mejor dicho, donde se admira la magnífica realización de la mitológica fuente Canatos, donde Juno recobraba la virginidad; aquí, añadíamos, la hoja del árbol no cae seca y marchita; aquí se rinde por el tiempo, mas no por falta de lozanía, dejando en su caída, no un tallo seco y mustio, sino una hermosa gemela, heredera de su juventud, de sus brillantes colores, de su pureza y de su jugo.
Cuando acababan los cantos, prorrumpía el público en aclamaciones de entusiasmo obsceno, y otra vez era glorificada la Macarena, la hermosa, la única, la que daba... disgustos a todas las Vírgenes; y el vino circulaba en vasos a los pies de la imagen, y los más vehementes le arrojaban el sombrero como si fuese una moza guapa; y no se sabía ya qué era lo cierto, si el fervor de iluminados con que cantaban a la Virgen o la orgía ambulante y pagana que acompañaba su tránsito por las calles.
El Magistral iba presidiendo el duelo de familia: no era pariente del difunto, pero le había sacado de las garras del Demonio, según Glocester, que se quedó en la sala capitular murmurando. «Aquello más que el entierro de un cristiano fue la apoteosis pagana del pío, felice, triunfador Vicario general». En efecto, el pueblo se lo enseñaba con el dedo: «Aquel es, aquel es, decía la muchedumbre señalando al Apóstol, al Magistral».
Me sonreí ligeramente ante esta sospecha, cómica a fuerza de inverosimilitud, y eché una mirada a la abuela para ver si se daba cuenta ella también de que era pagana sin saberlo. Pero vi que afectaba una expresión un poco incrédula. La gracia no la había tocado y seguía en sus errores acerca de las solteronas.
En resumen: en la moral pagana, cuyo fin era la glorificación del Estado bajo la angustia permanente del peligro exterior, el individuo tenía obligaciones en favor del Estado pero no tenía derechos contra el Estado; en la moral cristiana, que tiene por fin la glorificación de Dios, de su hijo y de la madre de éste, el individuo tiene obligaciones para con Dios y sus allegados, pero no tiene derechos contra Dios, ni siquiera contra sus representantes y delegados, pues, como lo dijo San Pablo, ningún descendiente de la arcilla tiene el derecho de quejarse contra el Supremo Alfarero, que fue dueño absoluto de hacer del mismo barro un vaso de honor o un vaso de noche.
Fortalecido en sus creencias se despidió de la Italia clásica y pagana, haciendo el retrato de Inocencio X. Quien seguramente ejerció en él cierta influencia, fue el Greco.
La imaginación siempre exaltada de los madrileños aderezó el hecho con interpretaciones y comentarios, y unos vieron en él un manejo político, otros una rivalidad femenina, algunos una señal de reconciliación entre el mundo devoto y el profano, y varios, los que se decían más enterados y eran más hábiles en aquello de ajustarle las cuentas al prójimo, vieron, por el contrario, una emboscada peligrosa que la más inflexible de las beatas tendía a la más tolerante de las pecadoras; un reto del calendario piadoso a la mitología pagana; un combate singular entre la marquesa de Villasis, que arrojaba el guante, y la condesa de Albornoz, que se apresuraría sin duda a recogerlo.
«En El mágico prodigioso se propuso Calderón el objeto difícil de representar una conciencia pagana, y de fe vacilante por la filosofía, en todos los momentos principales de su transformación en conciencia cristiana; y esto, sin ofender en lo más mínimo á las creencias católicas, sin vanas reflexiones ni aun movimientos puramente externos, respirando todo animación y vida.
Nunca debió Velázquez de tomar muy en serio la mitología: cuando muchacho, en casa de Pacheco, donde habían de leerse y comentarse composiciones poéticas apropiadas al gusto de la época, con amores y aventuras de héroes y dioses, él pintó animales y pescaderías; cuando fue a Italia y respiró aquella atmósfera, esencialmente pagana, trajo La fragua de Vulcano; cuando en los últimos años de su vida le ordena el Rey decorar una estancia de Palacio, hace cuadros en que representa a los personajes de la fábula como simples mortales.
Palabra del Dia
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