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A trechos agrupábanse, formando abanicos, largas y estrechas valvas de mariscos que tenían la transparencia acaramelada del carey. Eran regalo del tío Ventolera, así como dos caracolas enormes que adornaban la mesa, blancas, erizadas de púas y con el interior de un rosa húmedo, como el de la carne femenil.

Es tanta la espesura de las cañas, A las hay, que es cosa de gran grima: Y aunque dentro se crian alimañas, Estan tan encerradas como encima. Quien á cortar va cañas, por mil mañas Que tenga, á las veces se lastima, Con puas, con espinas, con abrojos, Y el mal sale mil veces

A pesar de estas fierezas, la coja la llevaba por delante con la misma calma con que se conduce a un perro que ladra mucho, pero que se sabe no ha de morder. A mitad de la escalera se volvió la harpía, y mirando con inflamados ojos a las monjas que en el corredor quedaban, les decía en un grito estridente: «¡Ladronas, más que ladronas!... ¡Grandísimas púas!...».

Vista "de lejos", á través de los azulados vapores, de la atmósfera, la arista de granito parece uniforme; los montañeses, que emplean comparaciones prácticas y casi groseras, le llaman el peine; aseméjase, en efecto, á una hilera de agudas púas colocadas con regularidad.

El resto estaba ennegrecido por la suciedad. Cada arruga era un surco fangoso; el cuero cabelludo mostraba las púas blancas del rapado por entre las escamas de la caspa endurecida. Coleta saludó al del fielato y fijó después sus ojos en Maltrana. ¿No eres Isidro, el nieto de la Mariposa... uno que es señor en Madriz y escribe en los papeles?...

En esa vida uniforme hay, sin embargo, las mismas crisis que en la del obrero. El mar huye de ciertas playas; en el verano, tal ó cual roca se caldea de un modo insoportable. Es preciso, pues, tener dos casas, una de estío y otra de invierno. Grande acontecimiento semejante mudanza para ser sin pies y que ostenta púas por doquiera. M. Caillaud halo observado y admirado en tales momentos.

En los bardales vio Jacinta unas plantas muy raras, de vástagos escuetos y pencas enormes, que llamaron su atención. «Mira, mira, qué esperpento de árbol. ¿Será el de los higos chumbos?». No, hija mía, los higos chumbos los da esa otra planta baja, compuesta de unas palas erizadas de púas. Aquello otro es la pita, que da por fruto las sogas. Y el esparto, ¿dónde está?

Cuando iban cerca de tierra y pasaban rozando por encima de zarzales y plantas espinosas, creeríase que todas las púas se erizaban como garras para cogerla, y al volar por encima de un charco, los gansos de la orilla volvían de medio lado la cabeza mirándola, y con la esperanza de verla caer, corrían graznando tras ellaSúbeme, amiguito-gritaba-, para no oír a estos bárbaros».

Desde entonces le miraba con rabia, y, de cogerlo por mi cuenta, le hubiera atracado de perejil hasta enviarlo a decir sus relaciones al paraíso de los loros. También tenía mi abuela una caja de música, ya vieja, con un cilindro lleno de púas, a la que se le daba cuerda; pero estaba rota y no funcionaba. Tardé bastante tiempo en ir a la escuela.

Los ojos parpadeaban, inflamados, sin pestañas, con las córneas manchadas de sangre. Las orejas sobresalían, casi despegadas del cráneo, como si fuesen a aletear. Las púas blancas y amarillentas del bigote y la barba delataban la torpeza de unas tijeras manejadas ciegamente.