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Actualizado: 26 de mayo de 2025
A cierta distancia de la casa, ya cerca del bosque, vi a un hombre de elevada estatura, cuyo rostro denunciaba unos treinta años, pálido, con la cabeza inclinada, los brazos caídos y los hombros cubiertos de largos cabellos negros.
¡El y yo! ¿y no adivináis quién ha podido alcanzar esa gracia del rey? Indudablemente ha sido el duque de Lerma. ¡El duque de Lerma! dijo Quevedo frunciendo el entrecejo y poniéndose pálido ; el duque de Lerma no hace nada de balde.
Le encontré mucho mejor de lo que esperaba; es ya cuatro dedos más alto que yo, está algo flaco y pálido; parece un buen muchacho: los jesuitas, sus maestros, se admiran de sus facultades; ha venido cargado de coronas, premios, discursos en latín y en francés, versiones y poesías latinas y... a pesar de todo, es modesto sin petulancia alguna.
Estaba pálido como la muerte, vacilaba sobre sus piernas, las ideas se confundían en su cabeza. ¿Cuál podía ser la intención de Marta? Quería sin duda vengarse de la condesa que la había maltratado; pero no se daba cuenta, la insensata, de que iba a perder al mismo tiempo a su amigo y protector.
Un resto de luz solar alumbraba débilmente el largo emparrado; los pámpanos ya muy ralos dibujaban sobre el cielo muy pálido multitud de recortes agudos y algunos ratones de campo que merodeaban con grandes precauciones a lo largo de los tirantes del emparrado, desgranaban los pocos racimos de uva marchita que habían quedado olvidados por los recolectores.
Este, al salir, dirigió a Teobaldo una mirada de gratitud. »Yo no me atrevía a salir de la habitación; no obstante, fue necesario hacerlo cuando llegó la hora de comer. Mi tío estaba solo en el comedor, sombrío y silencioso. A algunos pasos de él y a su espalda encontrábase Carlos, pálido y sin poder apenas sostenerse; al verme, su fisonomía expresó una gran satisfacción.
Su esposa, viéndose en salvo, no volvió a pensar en estos enojosos asuntos. Tan sólo cuando iba a casa de su padre y veía el rostro pálido y demudado de D.ª Carmen, sentía su corazón agitado por una extraña emoción que ella misma huía de definir, apresurándose a ahogarla con el ruido de los besos y las palabritas cariñosas. El amor de Raimundo le hizo gozar extremadamente.
¡Sí te consta, y si no lo confiesas es porque eres un traidor como él! exclamó con furiosa exaltación. ¡Tristán! dijo García levantándose. ¡Un traidor peor que él, porque él no me debe nada y tú si! gritó aún con mayor exaltación agarrándose con manos crispadas a la mesa para alzarse. Me estás insultando sin motivo y en tu propia casa profirió el pobre joven pálido ya como la cera.
Miró a don Víctor a la luz del farol de la escalera y le vio desencajado el rostro; y don Víctor a él le vio tan pálido y con ojos tales que le tuvo un miedo vago, supersticioso, el miedo del mal incierto. Hasta llegar allí, el Magistral no había hablado, no había hecho más que estrechar la mano de don Víctor e invitarle con un ademán gracioso y enérgico al par, a subir aquella escalera.
Palabra del Dia
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