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Actualizado: 3 de julio de 2025
D. Primitivo parecía el dueño de la casa, y desde que la puerta enrejada se cerrara tras él se creyó en el caso de no cerrar boca á fin de explicar á los circunstantes las particularidades y pormenores de todas y cada una de las plantas que iban encontrando, sin perdonar el más insignificante detalle que pudiera esclarecer á sus oyentes en asunto tan delicado.
No era su afán pintar a los enemigos como criminales encenagados en el error, que es delito, sino como duros de mollera. La vanidad del predicador comunicaba luego con la de sus oyentes y se hacía una sola; nacía el entusiasmo cordial, magnético de dos vanidades conformes.
Hubo ocasión en que al lanzar uno de sus chistes más picantes, relacionado como siempre con las materias fecales, apenas produjo risa entre las oyentes, y supo que una de ellas, después que se fue, le había calificado de grosero y mal educado. De las gracias corporales no había que hablar, pues bien se le alcanzaba que nunca podría competir con la delicada y gallarda figura de su rival.
En otra se encuentra una alusión á los espectadores; y su clasificación en senado, auditorio, oyentes, anfiteatro, coliseo, galanes, damas, fregonas, ilustres, nobles, plebeyos, tocas, gorras, caperuzas, mosquetes y no mosqueteros.
El afán que siente todo cuentista de amplificar y abultar los sucesos, para tener en suspenso a sus oyentes, les hizo lanzarse de buena fe en las más absurdas exageraciones, ensalzando los méritos del director del combate. «¡Qué Maltrana tan corajudo!... ¡Qué tigre!»
Una vez al aire libre, los oyentes expresaron su admiración de diversas maneras: la calle y la plaza del mercado resonaron de extremo á extremo con las alabanzas prodigadas al ministro, y los circunstantes no hallaban reposo hasta haber referido cada cual á su vecino lo que pensaba recordar ó saber mejor que él.
Los tres oyentes se miraron con asombro, y hasta el coronel, que se mantenía impasible siempre que hablaba su señor, mostró en sus ojos cierta sorpresa. ¿Qué quería decir el príncipe?... Tú no ignoras, Atilio, lo que es una mujer. En la mayor parte de los pueblos de la tierra sólo existen hembras: jóvenes y viejas, pero no hay mujeres.
Las oyentes la escuchaban con expresiones contradictorias. Unas creían realizable su ilusión. Otras, fatalistas y melancólicas, torcían el gesto. Sabían lo que podía alcanzarse en aquella tierra. Vivir nada más... y gracias. Al principio, una gloria rápida, y luego, la miseria: una miseria peor que la de Europa. ¡Cincuenta mil francos! dijo Berta . No es mucho.
La condesa se levantó y dijo al señorito Octavio, que era el único que concedió atención á su movimiento: Con permiso: soy con ustedes al instante. Y se fué por la puerta del gabinete. El aya se puso también á hablar con los niños en voz baja, dirigiéndoles, á juzgar por su continente severo y el no menos grave de los oyentes, serias y profundas advertencias.
Sí continuó el viejo en el tono lúgubre que desde los últimos momentos involuntariamente adoptara, esto es... se me ocurrió la idea, ¿comprenden? de que tal vez les gustaría venir a mi casa y pasar allí una Nochebuena. Ahora tal vez no les gustaría... ¿Quizá no están en buena disposición? añadió con simpática solicitud, observando las caras de sus oyentes.
Palabra del Dia
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