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Actualizado: 3 de noviembre de 2025
Como se vió en la donosa astucia de que usó aquel grande orador Demostenes, cuando vió la mayor parte de sus oyentes rendida al sueño, y para recordallos en atencion y aplauso les contó la novela de Umbra Asini, y, en cobrandolos, añudó el hilo de su discurso.
Más dificultosa apariencia es ésa que esotra dijo uno de los oyentes , porque es imposible que tantas dueñas juntas se hallen.
Y sobre la entonación de las coplas metió el Cojuelo tanta cizaña entre los ciegos, que, arrempujándose primero, y cayendo dellos en el pilón de la fuente, y esotros en el suelo, volviéndose a juntar, se mataron a palos, dando barato , de camino, a los oyentes, que les respondieron con algunos puñetes y coces. Y como llegaron a
Los oyentes reían, y el capitán Valls, declarando a gritos su calidad de chueta, miraba a todas partes como si desafíase a las casas, a las personas, al alma de la isla, hostil a su raza por un odio absurdo de siglos. Su rostro delataba su origen.
Estas palabras profirió el Sr. de las Matas de Arbín, dejando, como siempre, asombrados y confusos á sus oyentes, que casi nunca medían el alcance de su discurso, concertado y elegante. «Mi primo César es un pozo de ciencia», solía decir el capitán. Y en efecto, lo era; no hay que dudarlo.
Cuando en los escaños de un Cuerpo colegislador se masca tabaco, se colocan los pies más altos que la cabeza, y cada senador se entretiene con un cuchillito y un tarugo de madera en llenar el suelo de virutas, no es de extrañar que se digan y se aplaudan las mayores ferocidades, como si oradores y oyentes estuviesen tomados del vino.
Cada vez que veo esto entre los Christianos, me lastimo de la falta de Lógica de muchos oyentes, porque si estos supieran despreciar como merecen tales adornos, tal vez no los usarian los Predicadores.
En ocasiones, no obstante, se encontraron en la casa a solas los dos, o bien hablaron sin oyentes y sin otros interlocutores, cuando salían de paseo con Pepe Güeto y su mujer, y éstos se adelantaban o se quedaban atrás, embelesados en la interminable y risueña luna de miel, de que seguían gozando siempre.
Mi popularidad era inmensa; hasta caballeros, tales como usted, señor, iban a mi casa; vendí mi comercio y compré esto que está, como quien dice, en un rincón de mundo. ¿Comprenden? Una intuición poética singular hizo que mientras hablaba cambiase poco a poco de posición, de manera que las mudas ruinas del enfermo se interpusieran entre ella y sus oyentes.
Los oyentes del P. Enrique, que aquella noche no eran más que cuatro, entendiendo unos más y otros menos lo que dijo, quedaron todos encantados de oírle.
Palabra del Dia
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