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Actualizado: 3 de noviembre de 2025


Aparte de la manía de referir en las sobremesas y entre amigos de confianza mil anécdotas, no contrarias al pudor, pero a la serenidad del estómago de los oyentes, era don Manuel persona cortés y de buenas formas para presidir, verbigracia, un duelo, asistir a una junta en la Sociedad Económica de Amigos del País, llevar el estandarte en una procesión, ser llamado al despacho de un gobernador en consulta.

El orador terminó los últimos párrafos de su oración siempre con estas palabras: gustate et videte, gustate et videte! Al concluir, deseando la gloria eterna a todos, estaba pálido de fatiga. Algunas gotas de sudor se deslizaban por su frente espaciosa. Había dicho la última parte de su discurso con creciente agitación y entusiasmo que supo transmitir a los oyentes.

La hora, el tiempo, la soledad, la voz y la destreza del que cantaba causó admiración y contento en los dos oyentes, los cuales se estuvieron quedos, esperando si otra alguna cosa oían; pero, viendo que duraba algún tanto el silencio, determinaron de salir a buscar el músico que con tan buena voz cantaba.

Eso se parece dijo uno de los oyentes la historia de la princesa Laureola, por quien vinieron de la Meca los tres reyes moros, y dice el cuento que tenía los ojos de azabache ardiendo, la boca de flor de granado, y las orejas de caracolitos del mar. ¿Lo sabes ? Eso está en el romance de la Reina mora, bruto. ¿Qué tiene eso que ver con la princesa Laureola?

Necesitaba una fórmula que le diese prestigio entre sus oyentes adjudicándole cierta iniciativa con asomos de jefatura. Frunció el ceño, bajó la cabeza, recogió su pensamiento para buscar la fórmula que necesitaba. Como en ocasiones parecidas, en aquella su frente semejaba el duro testuz del toro, previniendo la acometida.

La mayoría de los oyentes sostuvo que Rafaela desentonaba y daba feroces gallipavos, y las damas severas y virtuosas y los honrados padres de familia clamaron contra el escándalo, e hicieron que su pudor ofendido tocase a somatén. El resultado de todo fue una espantosa silba, acompañada de variados proyectiles, con los que en aquel fecundo suelo brinda Pomona.

El silencio profundo que siguió á aquellas palabras, aun más que los ademanes y el aspecto horrorizado de algunos religiosos, reveló cuán profunda y unánime era la reprobación de los oyentes. ¿Quiénes son los testigos de tan enorme pecado? preguntó el abad con voz que delataba su indignación.

La elocuente voz que había arrebatado el alma de los oyentes, haciéndoles agitarse como si se hallaran mecidos por las olas de turbulento océano, cesó al fin de resonar. Hubo un momento de silencio, profundo como el que tendría que reinar después de las palabras de un oráculo.

Se miraban con asombro los oyentes, cual si les deslumbrasen estas palabras. Dudaban un momento, como asustados, y después la fe del creyente iluminaba sus rostros... ¡Es verdad! decía el campanero con voz sombría.

Pero ¡ca! continuó el otro , no le han cogido, no. ¡Bueno es él para dejarse atrapar! En este momento Manolo lanzó dos gritos más rabiosos aún desde el soportal de enfrente, y con la misma rabia contestaron ladrando los perros de la vecindad. No es posible describir lo que entonces acaeció en la muchedumbre de oyentes de uno y otro soportal. El tumulto que se produjo fue en realidad imponente.

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